...Sígueme, te llevo por los más escondidos rincones del Nido...



martes, 23 de diciembre de 2008

Y la encontró...


Y volaron juntos desde entonces
y los Muerte no tuvieron más remedio que esperar,
desesperando,
mientras la vida eran luz y flores blancas
y era mar y era sal
y eran palabras perdidas y encontradas
silencios grabados en camisas o en mantel
y eran miradas atrapadas que recorren
y era risa que vence
porque vuela

Lo he descubierto.
Lo que yo quiero es volar.

©Paloma

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Chopin, Tristesse

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domingo, 14 de diciembre de 2008

Te los regalo

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¿Para qué quieres que escriba? ¿Para buscarte en mis palabras? ¿Para sentirte feliz de provocar en mí tales sentimientos y sensaciones? ¿Para saberte el centro? ¿Para entrar en mi corazón expuesto ante tus ojos como una piel puesta a secar al sol estirada por cuatro cabos? ¿Para comprobarme una vez más enganchada a ti y entonces soltarme porque te sientes en peligro? ¿Para querer continuar de nuevo como si, al levantar tu puente, no hubiera sucedido nada?

¿Crees que no me duele? ¿Crees que no necesito conocer lo que guardas dentro de ti, sea lo que sea? ¿Por qué he de regalarte todo lo que tengo cuando tú mides tanto lo que me das? Sigo sin saber por qué, por qué te sientes en peligro conmigo.

Y, sin embargo, te lo regalo, es tuyo, aunque hoy las fuerzas no me lleguen para hablar, aunque tarde en levantarme del foso en que caí al no encontrar tu puente. Te regalo todo lo que he escrito en estos días porque lo he hecho para ti.

Un beso triste, pero beso al fin.

©Paloma

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Domingo


Va tomando consciencia aún sin abrir los ojos. Ayer bajó el volumen del radio-despertador. No lo quita del todo, una de sus pequeñas manías que no hacen daño a nadie. Se le antoja, de una vez para otra, que debe ser complicadísimo eso de activar o desactivar la alarma o cambiarle la hora. Los aparatejos no son lo suyo. Y se acostó cruzando los dedos, esperando que N. lo hubiera desconectado también; ya no le daban las fuerzas para acercarse hasta la habitación de al lado a comprobarlo.

Cuántos días ha esperado esta mañana para no tener que salir corriendo de la cama, a rastras, como a una condena y poder degustar entre las sábanas el dulce placer de los aromas que aún las impregnan, de los recuerdos y sonidos conservados todavía entre sus pliegues.

No mira el reloj, no quiere. Fuera del tiempo, sea la hora que sea. No importa, nadie la espera, nadie la abraza. Algo en lo más hondo le recuerda que duele. Una punzada fina que la traspasa entera, clavándola en el sitio, robándole las fuerzas para moverse. Y en los ojos, también en los ojos se clava.




Se deja mecer en esa sensación dolorosa, aletargándose, contemplándose estar desde fuera. Ni un ruido turba el momento. Voces difusas en la lejanía. Campanas. Suenan las campanas que llaman a misa. Primer aviso. Sólo la espina que la atraviesa le recuerda que duele.

En la cama se vuelve niña, o quizá nunca deja de serlo, y el corazón abierto es vulnerable. Lleva algún tiempo aprendiendo a vestirlo con capas, como una cebolla. Una, otra, otra más... que lo envuelven y anestesian un poco. No sabe encerrarlo. Muchas veces piensa que debería hacerlo. Es más, se ha propuesto hasta encadenarlo para siempre. Pero no, eso son sólo sugerencias de su mente, sabe que ni es capaz ni debe. Es mejor vivir el dolor, dejarlo aflorar, quererlo y aceptarlo como parte de ella misma. Al menos, morir viviendo.

Esa aguja corta la respiración. Dulce sopor el del lecho esta mañana de domingo. Si la punzada no estuviera se hubiera levantado aprisa para poder escuchar su voz pero hoy no, hoy se conforma con buscarla en el recuerdo, en momentos cercanos cuando, abrazados, su aliento le rozaba el pelo al hablarle. Cómo decirle que no tema, que no lo quiere para ella. Las campanas. Segundo aviso.

Piensa en su padre ahora. Se mezclan retazos de conversaciones y recuerdos. Lo perdió cuando aprendía a conocerlo. Hay personas a las que sólo es posible comprender cuando uno se va haciendo mayor y a veces se llega tarde. Tarde para los dos, perdidos en el camino de encontrarse.

Intenta incorporarse... No, no puede aún. Se gira en la cama, desmadejada, procurando reunir fuerzas. Cierra despacio las cremalleras de sus capas, una a una. Las comprueba después recorriéndolas amorosa con sus dedos. No las ha subido del todo, sólo lo suficiente para que no se le desparrame el corazón al levantarse. Lo suficiente para no negar el paso a los demás sin quedar demasiado expuesta. Y repasa con el más fino hilo que ha encontrado algún que otro descosido en su piel. No es demasiado hábil, se nota el arreglo.

Es dificil erguirse cuando un aguijón letal te atraviesa entera, el sólo respirar ya duele. Trata de hacerlo despacio, moverse lenta; al fin y al cabo no hay prisa, no va a ninguna parte.

©Paloma


http://es.youtube.com/watch?v=ln8vbTosrPU

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sábado, 13 de diciembre de 2008

Frontera sutil



Entre la tristeza y la alegría, como entre el amor y el odio, hay sólo una frontera sutil. Bastan una palabra, una mirada, una sonrisa, un silencio, un gesto de aquellos a los que entregamos la llave de nuestro corazón, y que son las personas que nos importan, para que el fluctuante humor que nos transporta de uno a otro lado de ella y viceversa actúe.

Siento deseos de refugiarme en la torre más alta del castillo amurallado y subir el puente levadizo dejando impracticables los accesos, para que nadie me tema, para que no me hagan daño.

Pero, tonta de mí, mi puente siempre queda tendido y las llaves de mis puertas entregadas... para que tú puedas entrar aunque yo no pueda salir.

©Paloma

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viernes, 12 de diciembre de 2008

Voy a tus brazos


Sólo quiero dormir
Volver a mediodía y dormir
y que la noche llegue pronto
Dormirme en el fondo
del abrazo que guardo
Este es mi deseo

Antes de que el tiempo
y el paso de los días
se lo quieran llevar
y dejen mis brazos vacíos,
sin calor y sin consuelo
Y a eso me vuelvo

A mis brazos
que son los tuyos cuando llegas
viajero en un bucle del tiempo
que te trae un instante
y te devuelve luego
Voy a tus brazos

©Paloma
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miércoles, 10 de diciembre de 2008

Guárdame


Guárdame en tu abrazo
En tu pecho dormida
Dulces son los sueños
cuando tú los miras


©Paloma

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viernes, 5 de diciembre de 2008

Confinada




Confinada en el silencio

dando tumbos sin salir de mí

esperando aquello que me libere

y abra la puerta de esta cárcel

donde ni oigo ni veo



Sólo espero


Muda.

Sola.


Duele.


©Paloma




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jueves, 4 de diciembre de 2008

Blanco

Me gusta el blanco.
Traslúcido, angelical, pulcro.
Diáfano, fresco, inocente.
Niño, abierto, desnudo.
Luz.

©Paloma
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Extraterrestre

A veces me siento extraterrestre. Tan diferentes son los mundos de los que venimos. Tan diferentes nuestras realidades infantiles. "¿Has estado entre algodones?". No lo sé, no lo creo.

Mis padres eran gente sencilla y nuestra vida también sencilla. Familia numerosa de las de entonces. Casa, colegio de monjas o de frailes, según el caso, estudiar, parque con mis hermanos y siempre bajo la atenta mirada de mi madre. De más mayor, hora de vuelta temprana, muy temprana para lo que ya empezaba a estilarse, prohibición de fumar y de salir con chicos hasta que no fui mayor de edad. "¿Ir de camping? ¿Chicos y chicas? De eso nada, hija, que hay muchos peligros". "Pero mamá, todo se puede hacer a cualquier hora del día y en cualquier lugar". "Cuando seas mayor". No recuerdo haber fumado delante de mis padres más que algún pitillo de esos que se regalan en las bodas. No hemos vivido en el mismo mundo ni la misma realidad.

Tomo mi café de la mañana mientras rememoro nuestra conversación. Afuera llueve y hace frío. Esto de sentirme extraterrestre no es la primera vez que me sucede, no. Cuando el resto se preocupaba por su futuro profesional, yo confiaba en cambiar el mundo y no me importaba vivir en un pueblo abandonado y de lo material tener sólo lo justo. Me cogieron esos primeros tiempos de la preocupación por el planeta, se empezaba a hablar de la vulnerabilidad de la capa de ozono, de los conservantes alimenticios nocivos, de la agricultura biológica, de las energías alternativas, de la bioconstrucción.

Por entonces y sin pretenderlo, escandalizaba a mis padres inocentemente poniéndome aquellos vestidos largos, de gran colorido, venidos de la India y con mis pies descalzos por la ciudad o con zapatos sin tacón. "Pero, hija, ¿no ves que te hacen unos andares muy feos?" O con aquellas noches de dormir con la cabeza llena de trenzas minúsculas que dejaban una preciosa melena de aire hippie al deshacerse, hoy se diría romántica, o con aquellas permanentes a lo afro. "Hija, con el pelo tan precioso que tienes... Siempre se han planchado los rizos y ahora te rizas a propósito. No hay quien te entienda".

Era la hija mayor y la rebelde, que se tuvo que pelear todo lo que a los demás hermanos les vino por añadidura e incrementado. Hasta llegué a irme de casa después de que mi padre me castigara todo un año sin salir porque no quería ir a misa los domingos. Yo ya no creía en la Iglesia, en sus ritos, en sus dogmas. Ya no temía al Infierno porque un día, reunida conmigo misma, decidí que sólo yo podía ser mi propio juez, que nadie como yo sabía de lo que había en mi fuero interno y me di la libertad para creer, para sentir, para hacer o no según lo que mi corazón y mi cabeza me dictaran.

Pobre papá, nunca volvió a ser el mismo. Algo se les rompió dentro y también a mí. A partir de ahí ya no me pusieron más barreras, pude hacer lo que quisiera, que no era gran cosa pero para ellos fue una derrota total. No me gustó verles así y sigo lamentando habérselo hecho pasar mal.

Extraterrestre. Es una sensación que llena de incertidumbre. ¿Soy normal? Algo tengo dentro de mi cabeza que me ha impedido ver el mundo que otros cerca de mí han vivido. Soy un bicho raro que no toca tierra. No entiendo cosas sencillas que parecen ser evidentes y es necesario que me sean explicadas. Incluso, lo he percibido así en ocasiones, hay quien duda de que mi ingenuidad no sea una pose y yo, por contrarrestar, comienzo a buscarle a todo tres pies porque seguro que hay algo más para entender... Y sí que hay en mí una mente picaruela pero aún necesitada de argumentos. Además ya tengo una edad, caray.



Está rico el café. El desayuno es mi comida del día preferida. Caliente, cargado, dulce. Dicen que, tal como lo tomes, así te gusta el sexo. Pienso sonriendo que al fin en algo soy más normal. Un pensamiento enlaza con otro. Quiero abrazarte. Cuento los días que quedan. Me sobreviene tu presencia, física, y yo me pierdo en el fondo de tus ojos grabados en mi retina. Te abrazo sin brazos, te beso sin labios, te guardo conmigo, para mí, recogido en mi dentro. Y después te abrazo con labios, te beso con brazos, te guardo en mil caricias, mío, para mí. Una cálida cadencia va despertando, dulce, cargada, y desea tenerte cerca, cerca... "Las hadas son más aburridas que las brujas". Sonrío de nuevo. Un nosequé placentero me va recorriendo entera mientras lo pienso. Aprenderé a ser bruja para ti.

Claro que sigo siendo extraterrestre... Será eso lo que te atrae de mí.

©Paloma
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miércoles, 3 de diciembre de 2008

Dices

Dices que es fácil. Consiste en ir fijándose en todas las sensaciones que vas teniendo al desplazarte hacia un lugar, por ejemplo. Y yo, que tengo menos memoria que un mosquito, ¿cómo pretendes que me acuerde de ellas, que las reviva? No, la verdad, no sé. No sé hacerlo.

En ocasiones un sonido, un olor, una luz, me despiertan el recuerdo y entonces sí, entonces es cuando revivo aquello, sumergiéndome en su búsqueda, dejándome mecer por el mismo aire que mueve las mieses y las amapolas rojas que salpican su mar, que me revuelve el cabello en la cara. Un momento eterno de feliz lasitud, de dulce no ser, de viaje al centro de los enigmas, de esencia encontrada, de respuestas plenas donde no hay preguntas, beatitud, paz... por ejemplo.

©Paloma
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domingo, 16 de noviembre de 2008

Me iré a la cama temprano


Me iré a la cama temprano.

Atraparé pa' mi sueño
un lucero enamorado
un cantor de estrellas niñas
un cuenterillo abnegado

Atraparé soles, lunas
enanas rojas y duendes
increíbles nebulosas
y mil cien amaneceres

Atraparé todo un canto
de alegrías inusuales
de risas de mil matices
de paseos otoñales

Atraparé de las crines
a mi unicornio dorado
que me lleve suave, al trote
por parajes no narrados

Atraparé, y va en serio,
y pondré a buen recaudo
las sonrisas luminosas
de muñecotes de barro

que me miren y se rían
y lo hagan sin empacho
hasta lograr contagiarme
en los ojillos su rastro

Atraparé, ¿ya lo he dicho?
tu mirada y nuestro abrazo
las hojas que caen silentes
el agua que va despacio

la tarde que se desliza
el sol que vuelve cansado
la luna menuda y quieta
plata y oro en su halo

Atraparé tanto y tanto
tanta magia y cuentos blancos
que mi noche estará plena
Me iré a la cama temprano

©Paloma
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Dulce de higo cociendo en el puchero


Dulce de higo cociendo en el puchero.
Almendras, avellanas, trituradas.
Membrillo de carne fragante.
Pop, pop, hablando en el fuego.


Pasa, compañera.
Te digo sonriente aunque un cristalillo puntiagudo me araña el ojo. Hace mucho ya que te conozco y que compartimos ratos, silencios, sensaciones, miradas. Que nos levantamos y acostamos juntas, que nos entumecemos a la vez y nos asfixiamos al tiempo.

Entra, mi niña.
Estás siempre. Aún cuando río con todas las ganas, con todo el cuerpo, con toda el alma, en un rinconcito se percibe tu presencia. Presencia azul. De agua, de hielo y de escarcha. De cielo estrellado o sin estrellas. Noche de invierno que me resbala por el cuerpo. Espejo y lágrima que empapan. Sonido monocorde, lastimero, aullido que envuelve. Luz que me baña, mortecina. Estás.

Adelante.
Siéntate y mira a través de mí con la punzada clavada en el iris y tu latido oprimiendo el mío. Tomemos café de día de fiesta, con sus pastitas y todo, mientras habla -pop, pop- el rico manjar en el fogón. Soñemos con lo que fue y no será. Con lo que pudo ser. Imaginemos mundos distintos, colores diferentes, felicidad siempre. Paladeémos el dulce azúcar de los besos regalados. Saboreémos el mar salado de los cuerpos de nuestros amados. Y, al fin, templémonos al calor aromático que desprende el fuego cociendo el delicioso dulce.


Abrázame, abrígame en tu pecho cercano. Me siento sola sin ti.

©Paloma
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martes, 4 de noviembre de 2008

Cuando aún...





¿Y por qué después me queda la tristeza?

El corazón tan grande. Le miro con dulzura. Le abrazaría. Como a un íntimo amigo, como a un ser muy querido.

Hoy el tiempo me engañaba pareciendo volver atrás. Allí los dos en la tarde, anocheciendo. Una tarde cualquiera de las que hubo tantas. Tantos proyectos. Tanto esfuerzo.

Cuando aún creíamos.



©Paloma

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De nuevo


Dijiste tú la hora. Ya se ha pasado.

Un cielo cada vez más negro acompaña mi pensamiento. Mientras se acercaba el momento, me decía: "No, no será capaz. No me dejará plantada... Aún hay tiempo".

Me he querido poner bien guapa, gustarme, con un destello de venganza -ingenua como yo- en los ojos. "Que se arrepienta de haberme dejado marchar".

Las 5 y no llegas.

Es lo último que nos queda. Después, nada. Sí, tenemos un hijo a medias que sólo tengo yo. Y no me arrepiento, ni me pesa por mí sino que lo siento por él, por lo que se ha perdido. Y por ti, por lo que no has tenido.

Vienes... 1 hora después. Para variar.


©Paloma


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El cuaderno de hojas secas (y IV)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...


Para Finwë Anárion


Sus ojos eran una súplica y una orden al tiempo. Yo sentí que no era él quien me lo pedía sino el Mundo mismo y hasta me pareció que éste paraba para escuchar mi respuesta.

-Sí, sí, le dije sin abandonar su mirada a la cual me mantenía sujeta, hipnotizada. ¿Qué he de hacer?

El hombrecillo verde me cogió de nuevo en volandas, arrastrándome a lo alto del cerro. Y sin soltarme la mano, levantándola en alto, habló en un lenguaje que yo no comprendía. Un lenguaje sin sonido pero vibrante. Y la vibración de su voz, inaudible para mí pero que conmovía profundamente, fue extendiéndose en ondas, inundando el paisaje, atravesando montañas, árboles, casas.... cabalgando en el aire y llegando al corazón de todas las criaturas y seres que habitaban la región y que fueron respondiendo del mismo modo mientras se acercaban hasta donde nos encontrábamos.

Tenía la sensación de que todo giraba, incluso yo. Me sentí elevada del suelo, siempre agarrada de su mano, y, aún con los ojos cerrados, percibía que el día brillaba más que nunca y que lucía con un esplendor sin igual, que traspasaba de luz toda materia, volviéndola etérea.

Cuando las oleadas fueron perdiendo intensidad abrí los ojos y me vi rodeada de una miríada de criaturas de todos los Reinos de la Creación, representantes de todos y cada uno de los seres vivos (los del Aire y los de la Tierra, los del Agua y los del Fuego; de los más grandes a los más pequeños), que habían respondido a la llamada de Fastolph Overhill, el enano, y que esperaban respetuosos sus indicaciones.

Habló de nuevo su mágico lenguaje y todos a una entonaron un cántico nuevo que manaba transformado en luz y que comenzó a descender ladera abajo desde lo alto del cerro hasta encontrarse con todo aquello que, en la explanada, no cumplía con el equilibrio natural. Las notas de la antigua lengua, pronunciada por tan distintas gargantas, fueron rodeando aquellos vestigios olvidados por el ser humano inconsciente, penetrando y deshaciendo su sustancia, desintegrándola, permitiendo nacer de ellos la Vida.

Cantaban aquellas voces mirando hacia adentro, manteniendo el ritmo y la intensidad constantes hasta que, en un momento dado, Fastolph, con un gesto de su mano, dio la orden de terminar. Poco a poco fuimos saliendo del encantamiento en que participamos, incluída yo sin conocer aquel lenguaje. Volvieron nuestros sentidos a percibir, siendo conscientes de nuevo del lugar en que nos encontrábamos. Y, al abrir los ojos, un esplendoroso paisaje se nos ofreció a la vista. La Vida, con nuestra ayuda, había logrado restaurar el orden perdido.

Las criaturas se mostraron alborozadas y mucho más mi querido enano al cual ya no tenía miedo porque comprendía la labor que realizaba. Cantaron, bailaron y poco a poco fueron retornando transportados en el aire a los lugares de que provenían, todos en orden según el Reino al que pertenecieran.

-Ven, niña. Me habló Fastolph. Y tomándome nuevamente de la mano tiró de mí y me acercó a su altura. Me miró agradecido y cariñoso. Después sacó de su bolsillo aquel cuaderno de hojas secas donde escribía el día que lo conocí y me lo entregó, indicándome que lo abriera. En las hojas había unas palabras escritas con tinta mágica de hadas. Nindë Númenessë. Le miré sin comprender.

-Aquel día que me encontraste, sentado bajo la higuera escribiendo en este cuaderno, creyendo que no te veía, yo te esperaba. Y claro que vi la cestita de higos a mi lado, me guiña un ojo. Llevaba tiempo llamándote en el lenguaje mágico. Yo te atraje hasta aquí. Y en prueba de ello anoté tu nombre élfico, Nindë, porque sólo tu corazón limpio me faltaba para lograr recomponer el equilibrio de este lugar.

Sus ojos me miraban dulces. Me pareció conocerle de siempre y su imagen comenzó a tomar forma en mis recuerdos más antiguos. El siempre había estado conmigo. Fui yo la que por un tiempo le olvidó y, cuando regresé, no lo recordaba como era. Mi enano, que creí de piedra, Fastolph Overhill of Rushy, era mi protector y el que salvaguardaba el Antiguo Conocimiento en mí.

-Hoy es el día en que que las Hadas de las Estaciones, Amarië Ancalímon, se darán por satisfechas de mi labor. El Hada Otoño, Aredhel Fëfalas, que te conoce, llegará pronto. Mira, aquí viene.

Se acerca volando un ave de gran envergadura, batiendo las alas con amplitud. Su color gris plata. Negras las plumas remeras y el copete de la cabeza. Largas patas de zancuda y un cuello esbelto e interminable. Se posa a nuestro lado moviendo el aire y nuestros vestidos. Redondos sus ojos y el pico largo y amarillo. Habla con una voz delicada que no se sabe muy bien de dónde proviene:

-Fastolph Overhill, amigo mío, trajiste a Nindë, en una exclamación mezcla de satisfacción y alivio.

Yo, con los ojos bajos, no me atrevo a mirar, me impresiona ver tan de cerca a la garza que busco encontrar cada día y descubrir que no me teme y que habla de nuevo con voz cristalina:

-Soy yo, Nindë, dice en respuesta a mi temor. Soy yo quien te hace buscarme para que la magia viva en ti, para que no pierdas el verdadero conocimiento de lo que somos y a dónde pertenecemos.

Las voces se van haciendo más y más lejanas, se van perdiendo en el subconsciente y yo despierto bajo el sol, tumbada sobre un mullido colchón de hojas secas. Rememoro lo que acabo de vivir sin acabar de comprender. Un poco desilusionada, pienso:

¿Entonces sólo era un sueño?

No, no, no... No puede ser.

Y me levanto en busca de mi querido Fastolph, que seguro está como siempre a la entrada de casa. Él me cuida.



-FIN-

©Paloma

N. de la A. Esta historia nació a raiz de haber desaparecido un enanito de piedra que guardaba el camino de la casa en El Turrutal, un terreno en el monte. Por eso espero sepáis disculpar que finalmente uno de los personajes del mismo sea yo.

Me hubiera gustado que alguien me contara un cuento así sobre mí.

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domingo, 2 de noviembre de 2008

El cuaderno de hojas secas (III)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...
Para Finwë Anárion



-Ven, me dice.

Me coge de la mano y me lleva pensativo hasta la parte alta de la casa, donde la vista abarca un enorme espacio. Me hace sentar allí, al borde, mis piernas cuelgan en el aire.

-Mira, niña. ¿Ves? Todo lo que tu vista abarca y más, a un lado y a otro, delante, detrás... es la tierra que ha de supervisar el Hada Otoño. Cada año, al cambio de estación, el Hada del Verano, Aredhel Culnámo, una vez rendidas cuentas de su ciclo, le pasa el testigo y ella va recorriendo los territorios, vigilando que todo esté en orden...

Sigue hablando y hablando. Me cuenta sobre todas y cada una de las leyes que rigen la naturaleza. Me observa a menudo, explorando mi reacción a sus palabras, y, satisfecho, continúa sus explicaciones sobre el equilibrio necesario entre los seres vivos, que todos estamos relacionados, que si tomamos más de lo que necesitamos, a alguien le faltará. Sobre los cuidados que proporcionar a todo lo que nos rodea, sobre la importancia de respetar la vida que late en todo, hasta en lo que nos parece inanimado.

Me va trasportando con sus palabras a través del alma de cada ser vivo. Me hace comprender sus lenguajes. Y ser tierra y ser planta. Ser árbol, hoja, tronco y savia. Ardilla, liebre, topo, águila. Perro, araña, gato, luciérnaga. Nube, viento, montaña, agua... Ser luna y ser sol. La luz se va extendiendo dentro de mí.

Me dice que es ayudante de las hadas, que está al cuidado de ese paraje, que ha protegido todo lo que en él existe pero que, estación tras estación, desde hace algunos años hay algo que él no puede solucionar y que no quiere enfrentarse más a la mirada triste de las hadas cuando comprueban que aún permanece.

-¿Qué es? Pregunto intrigada.

Se ensimisma y enmudece. Su cara triste.

-Ven conmigo, dice después.

Se alza de un brinco. Me agarra fuertemente la mano y me arrastra casi en volandas, con lo pequeño que es. Bajamos del tejado y me hace subir la cuesta de tierra bordeada de cipreses. El a largas zancadas de sus botas mágicas de andar montañas en un solo paso, yo corriendo tras él a tirones de su mano. Retumba el suelo y suena mi respiración agitada por la carrera.

-Ahora lo verás, niña. Y verás por qué hay que cuidar lo que nos rodea.

A trompicones me llevó hasta allí. Es una zona llana en un lugar un poco más elevado del que se encuentran la casita y la higuera. Un lugar que fue hermoso un día, en el que la naturaleza y los seres vivos cohabitaban en paz pero que ahora se encontraba lleno de deshechos, de restos de todo tipo, que se habían ido almacenando al paso del tiempo.

-¿Lo ves? Esto es lo que hacéis los humanos. Esto es lo que haces tú.

Me miraba con esa cara tan seria y con tanta tristeza que me hizo saltar las lágrimas. Me permitió ver la verdad, quién soy y lo que significa vivir.

-¿Y qué puedo hacer? , le dije compungida.

-Necesito un humano, me dijo, esperanzado y mirándome al fondo de los ojos, con una voz baja y vibrante. Sólo un humano que mantenga puro el deseo de servir a la Vida y que esté dispuesto a cuidar lo que ella le ha proporcionado para su uso y disfrute y para que lo guarde y lo cuide y lo haga fructificar. Te necesito, niña...
... Continuará...

©Paloma
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El cuaderno de hojas secas (II)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...

Para Finwë Anárion



Han pasado mucho días desde que tuve mi primer encuentro con el enanito, con mi enanito de piedra perdido. El otoño avanza y el frío del Polo se empeña en llegar aún antes de que lo haga el Señor del Invierno. Los caminos de la montaña se vuelven difíciles de transitar, la tierra es resbaladiza y apetece más quedarse en casa. Pero en mi cabeza cada día está el recuerdo de aquel enanito al que no le salían las cuentas y cuyo misterio me queda por descubrir.



Hoy las nubes dan una tregüa y el sol sale pronto por la mañana. Me voy para allá. Abro las cancelas mirando a todos lados, aguzando el oído, escudriñando en la distancia. Con la lluvia ha subido el nivel de la alberca y todo está mucho más verde. Me acerco a la casa, a la higuera, aún conserva parte de sus frutos pero la mayoría están diseminados por el suelo, mezclados con las hojas caídas, negruzcos, pasados.

Me pongo los pantalones de campo, me calzo las botas y, con el anorak y los guantes de lana, voy a por la escoba para comenzar a barrer las hojas diseminadas, que se amontan hasta buena altura en los rincones. Las quemaré.

Absorta en esta faena, luchando con el aire que sopla, frío y juguetón, robándome las hojas, arrastrándolas de un lado a otro, me sorprende de pronto una voz pequeña y ruda, muy enfadada:

-¡Eh, niña! ¿Qué haces? No, no, no... No toques nada. ¡No toques nada!

¡Qué susto, dios mío! Acostumbrada a la soledad del lugar, a las voces del silencio de aquellas alturas, al frufrú de las ramas de los árboles, al chillido de las águilas y al eco de respuesta que devuelve la montaña, al trino de los pájaros, el zumbido de las avispas, algún ladrido de los perros de las fincas vecinas... pero no a una voz tan cercana que no he sentido llegar.

He dado un brinco y el corazón me late a trompicones. Me agarro con fuerza a la escoba, no para defenderme sino más bien como si ella me pudiera proteger... Me giro para ver a mi interlocutor. Tengo el convencimiento de que es aquel a quien tenía deseos de ver. Dominando el susto del principio me doy la vuelta justo en el momento en que la voz llega hasta donde me encuentro. Sí, está enfadado, muy enfadado. ¿Pero qué he hecho?

-¡Niña, niña! ¿No sabes que el Hada Otoño está por llegar?

-¿El Hada Otoño? ...¿? ... ¿Quién?

Lo tengo delante. Me llega a la cintura. Va vestido de verde como en la anterior ocasión. Lleva guantes, como yo, y el gorro bien calado sólo deja ver las puntas de un cabello largo y blanco, tan blanco como la barba tupida que luce en la cara.

Su expresión es seria, muy seria. Parece que he cometido una falta grave. Y sus ojos son más serios aún. Me mira desde abajo a través de unas lentes de aumento redondas, colocadas ante sus también redondos ojos, los brazos en jarras, las manos enganchadas en su ancho cinturón. Habla de nuevo, haciéndome un gesto con la mano.

-Acércate, niña.

Me agacho hasta que mis ojos asustados quedan a la altura de los suyos, grises, que me miran con severidad.

-Hoy es el día en que llega Aredhel Fëfalas, el Hada Otoño, a revisar estos parajes. Para conocer cómo han madurado los frutos, cómo las hojas han cambiado de color, cómo ha crecido la población de conejos, si los topillos han construído sus toperas a tiempo. Si los árboles de las laderas, si los zumaques, si el tomillo, si las piedras del camino, están todos preparados en el cambio de estación. Si ha llegado el hombre y ha originado desperfectos... Tú, niña... Me mira despacio. Si se han elimado los que antes realizó...

Ahí le cambió el rostro. De malhumorado pasó a preocupado, un estremecimiento lo volvió casi frágil. Me mira de nuevo. El sabe que no todos los humanos son dañinos y menos aún lo son los niños. Es importante que los humanos pequeños conozcan la verdadera realidad, la que olvidan muchos cuando llegan a adultos.

...Continuará...


©Paloma
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miércoles, 22 de octubre de 2008

Fragilidad


Qué frágil es la alegría.
Una palabra la eleva, otra la esfuma.
Siento frío y todo es gris,
nada más hace un momento que sólo había color.
©Paloma
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martes, 21 de octubre de 2008

El cuaderno de hojas secas (I)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...
Para Finwë Anárion

Ayer me acerqué a la higuera a buscar los últimos higos que van quedando, oscuros, abiertos, rezumando miel. Y rodeada por sus ramas, estirándome a un lado y a otro para alcanzarlos, de pronto oí una voz, apenas un murmullo entre el frotar de las duras y rasposas hojas del árbol.

No se entendían las palabras. Me quedé quieta y escuché... No, no, no... -decía la voz. Me acerqué un poquito más, casi sin respirar para no ser descubierta, y con gran sorpresa descubrí al enanito de piedra que me falta a la puerta de la casa, muy atareado anotando en un cuaderno de hojas silvestres secas. Canturreaba por lo bajo y negaba de nuevo. Estaba vestido de verde, pantalón y casaca, un gorro también verde adornado con un pompón en la cabeza y unas botas altas negras, botas mágicas de andar montañas en un sólo paso....

Concentrado en sus asuntos no se percataba de mi presencia que ya se me iba haciendo de lo más incómoda, aguantando a pulso en una posición un poco inverosímil por no hacer ruido. El cuerpo contra el árbol, el pie derecho en el aire sin acabar de pisar, y la mano del mismo lado agarrando una rama que me hubiera impedido ver al enano si no la hubiera retirado.

Cruzaban por mi mente mil ideas peregrinas que poner en práctica para escapar de la situación porque, a nada que me moviera, si el personaje era un cascarrabias (dicen que lo son y, además, traviesos) seguro que me hacía un encantamiento.

Continuaban sus canturreos y sus negativas. Parecía echar cuentas. Por fin, cierra su cuaderno y se alza en pie. Apenas medio metro, un orondo medio metro. Podría tratarse de un baloncillo con cara de enano... jou jou jou

A pequeños pasos se dirige a la escalera que salva el terraplén desde la higuera hasta la casita, la rodea, parándose a observar minuciosamente cada pocos pasos. Le da una nueva vuelta y con cara de resignación se va alejando por el camino hacia arriba.


Llueve. El día gris no acaba de levantar y el hombrecillo de verde desaparece de mi vista poco a poco. ¿Lo volveré a ver? Voy deshaciendo mi escorzo detectivesco y escapando del abrazo recio de la higuera. Recojo la cestita de higos dulces como la miel. ¡Qué raro que no la ha visto en el suelo junto a él! Y desciendo con cuidado por la misma escalera, de ligeros peldaños, por la que ya lo ha hecho el hombrecillo.

Miro a un lado y a otro. No, no está. Me marcho pero yo he de conocer el secreto de ese cuaderno. Volveré.
... Continuará...


©Paloma

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sábado, 18 de octubre de 2008

Sin ti


Acompasada a tu paso, no encuentro mi ritmo.
Sin ti mis pies, desorientados, no saben cuál va primero, cuál detrás.






Un, dos, caminando por la senda.
Tic, tac, tu corazón, mi corazón.
Un tesoro esconden tus manos,
cinco palomas guardo yo.


Llueven las hojas doradas sobre nuestras cabezas mientras se asoman los duendes al oirlas chascar. Curiosas, las hadas salen de entre las cortezas alegrándose de vernos y en la cara nos besan.

Todo habla. Habla el cielo, hablan los grajos, hablan las nubes al deshacerse. Hablan las piedras, las matas, el río, la umbría, la tierra, la víbora herida... Habla el silencio a mi alrededor.


Un, dos, caminando por la senda.
Tic, tac, tu corazón, mi corazón.
Un tesoro esconden tus manos,
cinco palomas guardo yo.

©Paloma

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jueves, 16 de octubre de 2008

Recuerdos

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©Paloma


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lunes, 6 de octubre de 2008

Anuska y los duendes


Había una vez una niña pequeñita que vivía en un bosque, con su papá que era leñador y su mamá que tenía una tahona en la que hacía ricos panes, bollos, pastelillos y tartas. También mallorquines (risas del público y el narrador). La niña solía salir a jugar por el bosque y su mamá le ponía algún panecillo como merienda.

Como todos los días salió, internándose entre los árboles. Se fijó en uno, grande y con un gran hueco por el que metió la cabeza y saludó.

-Holaaaaaaaaaa

-Holaaaaaaaaaa, le respondió una voz desde abajo.

La niña se sorprendió. ¿Será el eco? Y repitió: -Holaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Y esta vez la voz tardó un poco más pero saludó del mismo modo y con fuerza: -Holaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Un poco asustada, sacó la niña la cabeza del interior del árbol y continuó caminando hasta descubrir un agujero entre la maleza. Se asomó y comprobó que se trataba de la boca de una cueva y por ella fue entrando poco a poco al interior. Olía muy rico pues en el centro de la misma una gran olla cocía exquisita sopa. Tenía hambre y la sopa olía tan bien que cogió un plato hondo y una cuchara y se sirvió una buena cantidad. Sacó el panecillo de la bolsa y se puso a comer.

Comenzó a sentir voces, pasos, ruidos... y fueron llegando seres de muy diversos tipos. Unos tenían alas, otros antenas, los había pequeños y más grandes. Se colocaron alrededor de la mesa porque querían comer. La niña los miraba un poco encogida esperando ver cuál era su reacción al encontrarla allí y comiendo de su comida. Sin embargo parecían no verla.

De pronto se percataron de que había un plato con sopa en la mesa.

-Alguien ha comido antes que nosotros, comentó el de las antenitas.

-Y también hay un panecillo mordisqueado, ¿quién habrá sido?, dijo a su vez el que tenía alitas.

-Soy yo, ¿no me veis?, dijo la niña. Soy yoooooooooooo...

Pero no la veían. Uno, más gordito (risas del público), fue a sentarse en la silla en la que se encontraba la niña y notó algo extraño. Dijo al duende más viejo: -Creo que aquí hay algo aunque no veo nada.

-Ahhh, respondió éste, será un humano, los seres mágicos no los podemos ver. Para conseguirlo hemos de tomar un filtro. Lo bebieron y la niña se hizo visible a sus ojos.

-Holaaaaaaaaa, ¿cómo te llamas? Exclamaron a coro.

-Soyyyy... (bautizó rápidamente el narrador) Anuska .

Y se enfrascaron en animada charla. La niña dijo que su papá era leñador y su mamá (tahonera, dijo una voz desde el público) (risas)... tahonera. Hablaron de los humanos, de las hadas, de que no podían verse unos a otros porque sus mundos eran ocultos para los demás pero hubo una ocasión en que un hada, llamada (rebusca el cuentacuentos en su mente)... mmm... Gildaberta (-Gilda-, dijo una niña) ( risas), se enamoró de un humano y se casó con él y por eso Anuska podía verles ya que era descendiente de ese hada.

Estaban muy a gusto en tan animada conversación pero la niñita recordaba cada vez más a sus papás y quiso marchar ya de vuelta a su casa. Salió por la boca de la cueva escondida entre la maleza, atravesó el bosque en sentido inverso pasando delante del árbol con el tronco hueco y cuya voz respondía desde lo profundo a los saludos y, poco a poco, fue llegando a su cabaña donde esperaban los papás, que estaban muyyyyyyy preocupadossssssssss.

-Mamá, papá, soy Anuska, ¡¡estoy aquí!!

-Hija mía, qué preocupados nos has tenido! Pero ¿dónde has estado metida?

Ella se dio cuenta de que grandes arrugas de preocupación surcaban el rostro de sus padres.

-Pero ¡si sólo he faltado una tarde! Me encontré con un árbol que hablaba y una cueva donde viven los seres mágicos de donde salió mi tía Gilda-berta... y así fue narrando a sus papás lo que había visto y le habían contado.

-Hija mía, no has faltado una tarde sino una semana. Y la abrazaba fuerte con mucho cariño pero con seriedad para que no lo volviera a hacer nunca más.

Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

©Finwë Anárion

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sábado, 4 de octubre de 2008

Inevitable

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Puntuales a su cita, casi siempre a primeros de Octubre, han llegado los ejecutores de la sentencia que condena cada año a mis pobres árboles a ser mutilados sin piedad mientras el torrente de savia aún es fuerte en sus venas vegetales. La causa, evitarse el ayuntamiento el trabajo de recogida de hojas secas que los pobrecillos van perdiendo cada día como corresponde a su naturaleza no perenne.

La naturaleza de todo ser vivo es buscar la eficiencia, el menor costo y esfuerzo, pero el hombre no tiene en cuenta generalmente al mundo que le rodea, algo que como "ser superior" debería preocuparse de llevar a cabo a conciencia. Aunque no sea tiempo de poda, quitémonos trabajo. Las motosierras terminan en un abrir y cerrar de ojos con las verdes copas de hojas enormes que nos son tan necesarias para oxigenar el planeta, para arropar nuestro mundo de cemento y hormigón, para no sentirnos tan desnudos como ahora. Desnudos y fríos porque además hoy hace un frío de caray.

¿Y lo precioso que se ve todo alfombrado de hojas doradas? ¿Y deleitarse observando cómo van quedando apiladas en montones, arrinconadas por las turbulencias de aire? ¿Y cómo vuelan, ahora aquí, ahora allá? ¿Y lo bien que chasquean al ser pisadas y el gusto que da hacerlo? ¿Y las aventuras que pueden imaginar los niños en esta época?

Caxis... y encima hay que conformarse.

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©Paloma


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miércoles, 1 de octubre de 2008

Y yo me pierdo


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Y yo me pierdo y pierdo siempre

en ese tira y afloja en que me sumes,

en el que un momento soy y soy nada luego;

en el que me das cebo, como a tus peces del río,

para luego cortar sedal y dejarme el anzuelo clavado,

que tengo que quitarme sola.

©Paloma
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martes, 30 de septiembre de 2008

Y brotaron

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Y brotaron mis palabras a borbotones. Vivaces, saltarinas, alegres, confiadas, ingenuas.

Y no encontraron suelo, ni mar, ni recipiente alguno que quisiera contenerlas.

Cayeron y caen aún precipicio abajo sin que nada las detenga,

mientras yo las miro sin comprender, sorprendida.

Se agolpan en mi garganta las otras que las seguían

y, atascadas tras mis labios, no soportan la presión

y se aplastan sin remedio y desmoronan.

En mi corazón,

de donde salen todas y cada una de ellas,

duelen.

©Paloma
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lunes, 29 de septiembre de 2008

Corazón de nuez

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Voy a transformarme en corazón de nuez.
Tendré una cáscara fuerte que me proteja.
Mi cáscara será mi mundo, mi reducto, mi confin.
Nada tendré fuera de él.
No quieras entrar, no me pidas salir.

©Paloma

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