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jueves, 4 de diciembre de 2008

Extraterrestre

A veces me siento extraterrestre. Tan diferentes son los mundos de los que venimos. Tan diferentes nuestras realidades infantiles. "¿Has estado entre algodones?". No lo sé, no lo creo.

Mis padres eran gente sencilla y nuestra vida también sencilla. Familia numerosa de las de entonces. Casa, colegio de monjas o de frailes, según el caso, estudiar, parque con mis hermanos y siempre bajo la atenta mirada de mi madre. De más mayor, hora de vuelta temprana, muy temprana para lo que ya empezaba a estilarse, prohibición de fumar y de salir con chicos hasta que no fui mayor de edad. "¿Ir de camping? ¿Chicos y chicas? De eso nada, hija, que hay muchos peligros". "Pero mamá, todo se puede hacer a cualquier hora del día y en cualquier lugar". "Cuando seas mayor". No recuerdo haber fumado delante de mis padres más que algún pitillo de esos que se regalan en las bodas. No hemos vivido en el mismo mundo ni la misma realidad.

Tomo mi café de la mañana mientras rememoro nuestra conversación. Afuera llueve y hace frío. Esto de sentirme extraterrestre no es la primera vez que me sucede, no. Cuando el resto se preocupaba por su futuro profesional, yo confiaba en cambiar el mundo y no me importaba vivir en un pueblo abandonado y de lo material tener sólo lo justo. Me cogieron esos primeros tiempos de la preocupación por el planeta, se empezaba a hablar de la vulnerabilidad de la capa de ozono, de los conservantes alimenticios nocivos, de la agricultura biológica, de las energías alternativas, de la bioconstrucción.

Por entonces y sin pretenderlo, escandalizaba a mis padres inocentemente poniéndome aquellos vestidos largos, de gran colorido, venidos de la India y con mis pies descalzos por la ciudad o con zapatos sin tacón. "Pero, hija, ¿no ves que te hacen unos andares muy feos?" O con aquellas noches de dormir con la cabeza llena de trenzas minúsculas que dejaban una preciosa melena de aire hippie al deshacerse, hoy se diría romántica, o con aquellas permanentes a lo afro. "Hija, con el pelo tan precioso que tienes... Siempre se han planchado los rizos y ahora te rizas a propósito. No hay quien te entienda".

Era la hija mayor y la rebelde, que se tuvo que pelear todo lo que a los demás hermanos les vino por añadidura e incrementado. Hasta llegué a irme de casa después de que mi padre me castigara todo un año sin salir porque no quería ir a misa los domingos. Yo ya no creía en la Iglesia, en sus ritos, en sus dogmas. Ya no temía al Infierno porque un día, reunida conmigo misma, decidí que sólo yo podía ser mi propio juez, que nadie como yo sabía de lo que había en mi fuero interno y me di la libertad para creer, para sentir, para hacer o no según lo que mi corazón y mi cabeza me dictaran.

Pobre papá, nunca volvió a ser el mismo. Algo se les rompió dentro y también a mí. A partir de ahí ya no me pusieron más barreras, pude hacer lo que quisiera, que no era gran cosa pero para ellos fue una derrota total. No me gustó verles así y sigo lamentando habérselo hecho pasar mal.

Extraterrestre. Es una sensación que llena de incertidumbre. ¿Soy normal? Algo tengo dentro de mi cabeza que me ha impedido ver el mundo que otros cerca de mí han vivido. Soy un bicho raro que no toca tierra. No entiendo cosas sencillas que parecen ser evidentes y es necesario que me sean explicadas. Incluso, lo he percibido así en ocasiones, hay quien duda de que mi ingenuidad no sea una pose y yo, por contrarrestar, comienzo a buscarle a todo tres pies porque seguro que hay algo más para entender... Y sí que hay en mí una mente picaruela pero aún necesitada de argumentos. Además ya tengo una edad, caray.



Está rico el café. El desayuno es mi comida del día preferida. Caliente, cargado, dulce. Dicen que, tal como lo tomes, así te gusta el sexo. Pienso sonriendo que al fin en algo soy más normal. Un pensamiento enlaza con otro. Quiero abrazarte. Cuento los días que quedan. Me sobreviene tu presencia, física, y yo me pierdo en el fondo de tus ojos grabados en mi retina. Te abrazo sin brazos, te beso sin labios, te guardo conmigo, para mí, recogido en mi dentro. Y después te abrazo con labios, te beso con brazos, te guardo en mil caricias, mío, para mí. Una cálida cadencia va despertando, dulce, cargada, y desea tenerte cerca, cerca... "Las hadas son más aburridas que las brujas". Sonrío de nuevo. Un nosequé placentero me va recorriendo entera mientras lo pienso. Aprenderé a ser bruja para ti.

Claro que sigo siendo extraterrestre... Será eso lo que te atrae de mí.

©Paloma
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2 briznas para mi nido:

Xocas dijo...

Es curioso que tengamos que sentirnos culpables por lo que no hacemos nosotros mal. Porque papi y mami también se equivocaban, y de qué manera.
Lo curioso es que insistamos después en sus errores y queramos domesticar a todo lo que se menee a nuestro alrededor.
Muchos y muchas hemos pasado por esa jodida (no encuentro mejor calificativo) sensación de sentirse extraterrestre. No hay manera de que los humanos entendamos de que la verdadera riqueza está en la diferencia. De ahí nace todo lo que en realidad vale la pena.
Así que ahora "que ya tienes una edad", te habrás dado cuenta de que es tu derecho. Atrás queda el pasado, atado a los recuerdos, pero atrás.
Es hora de vivir, como siempre ha sido, pero ahora más a tu gusto.
Que lo disfrutes, Palomita. ;))

Bicos !!

Elio Milay dijo...

"Claro que sigo siendo extraterrestre... Será eso lo que te atrae de mí."

La frase inicial en mi blog dice...

"Considero evidente la sabiduría extraterrestre. Y la terrestre también. Mi fe no conoce límites."

Jajajaja...

¡Dios nos cría y nosotros nos juntamos!

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