...Sígueme, te llevo por los más escondidos rincones del Nido...



domingo, 27 de abril de 2008

Tu ventana

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No sé si llegarás a leerme. No sé si alguna vez tus pasos te traerán hasta aquí. Pero hoy quiero decirte, quiero hablarte sin que por ello te sientas presionado. No lo pretendo ni hoy ni nunca. Simplemente hay días que necesito decir y que necesito que tú me digas. Pero no lo comprendes, o no sabes o no quieres. Quizá no puedes. Y me sueles responder poco, muy poco, y sólo si me ves mal. Me abro a ti y lo que te doy choca contra un muro, tu muro, el que te protege, el que te evade, el que te esconde, el que te anestesia.

No es amor. No me engaño. Querer, lo que se dice querer, tú no me quieres. Si me quisieras saldrías de ti. Me aprecias, te hago compañía, te ríes conmigo... pero no me quieres. No me buscas. No me esperas. Si estoy, bien. Si no, puedes pasar sin mí. No te falto. Lo sé.

No importa. Yo tampoco te quiero, no me permito quererte. Me haces compañía cuando te apetece, te ríes cuando lo necesitas. Me aprecias, sí. Sales de tu monotonía conmigo. Cuando deseas desconectar de tu rutina, entonces abres tu ventana y me encuentras siempre. Soy tu aire fresco. Pero el aire que yo necesito llega muy pocas veces y a fuerza de luchar.

No, yo no te quiero. Nos acompañanamos en momentos, a ratos, pero no caminamos de la mano. Te sirvo. Me sirves. Nada más. Suena duro pero es así.

Si te dieras a mí, yo te lo daría todo. Eso es lo que tú no sabes, pero no te das y la experiencia enseña a no entregarse a quien no se entrega. Una lección que cuesta aprender y que hace no dejarse calar del todo, no creerlo del todo. Te ilusionas, es inevitable. Pero cada vez son menos altas las cimas y son menos bajos los valles.

Añoro el amor loco, generoso, que todo lo da. Te acercas y subo a la nube pero te vas pronto y me dejas sola ahí arriba, obligándome a bajar y, cuando ya me encuentro abajo intentando acostumbrarme a tu falta, vienes de nuevo para con nada hacerme volar. Vuela y cae y cae y vuela. Esa soy yo a tu lado. Una burbuja que, ingenua y no, asciende para estallar pronto.

Tú no me quieres, no. A trechos andas a mi lado y te haces la ilusión de querer como me la hago yo. Alterno momentos de lucidez con otros de confusión... No, tú no eres lo que yo busco, compañero mío de pasos discontínuos. La frustración supera a la plenitud.

©Paloma

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He regresado

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He regresado. Como casi todos los años. He regresado a ese lugar anclado en el recuerdo desde mi niñez. De veranos casi interminables (los estudiantiles), de sol, de luz, de horarios un poco menos severos. Sólo un poco. Envidiaba profundamente a mis primas, que salían de casa sin hora de regreso.

La playa infinita de arenas blancas. Los largos paseos por la orilla. Las dunas y esas plantas que crecen en ellas, con su característico olor. Los chillidos de las gaviotas mezclados con el ruido de las olas al romper. Hmmm... el aroma a mar... Se abren los pulmones... Y la brisa, siempre la brisa enredándose en los pasos, como lo hace el agua, y en la cara, en el pelo. Y cuando no, el nordeste, frío y desapacible.

He regresado. Como casi todos los años. Los rostros familiares, un poco más gastados, más arrugados, más viejos. Me impresiona la visión de los estragos que ocasiona el tiempo en ellos. Me transporta de golpe ante un espejo, cual Dorian Gray ante su alma. ¿Por qué me impacta tanto la vejez? Me golpea la cercanía inexorable de la muerte.

Hace algunos años que he comenzado a pensar en ella, en la muerte. A tenerla presente en cada pensamiento sobre mis seres queridos. Antes existía, lejana. Existía sin rozarme. Llegó la de mi padre y se quedó conmigo. Llegaron las salidas de mi hijo, las motos, los coches... y se instaló un poco más. Y ahora la pienso en cada rostro que miro y la pienso, a cada instante, en mí.

Los abrazos, las sonrisas, la alegría, los "tan guapa como siempre" y los "por ti no pasan los años"... mientras mi mirada se hunde en los ojos profundos de la muerte. Uff... suena muy fuerte, ¿verdad?

Y quisiera detener el tiempo. Detenerlo para todos porque me da miedo lo que llegará después. Y los abrazo con ternura despidiéndome ya sin que puedan sospechar siquiera lo que yo siento.




©Paloma

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Repetir

¿No os pasa a menudo que estáis cansados de repetir? ¿De repetir caminos, historias? ¿De conocer a dónde llevan, cómo acaban... y, sin embargo, insistir en ellos? Yo a eso le llamo ser kamikaze. Sisisi, lo tienes clarito, clarito... ¡y allá que vas!

Es evidente, en el fondo siempre se espera que suceda algo distinto. Algo que nos sorprenda, que nos maraville, que sea la excepción que confirme esa regla en nuestra vida. Algo que borre de un plumazo los sinsabores y lo pinte todo de color. ¿Ilusos? ¿Inmaduros? ¿Estúpidos?...





Y tiene uno el corazón partío entre los ojos nuevos y la mirada vieja y la cabeza escondida en tierra como el avestruz soslayando la visión de lo que, casi con toda seguridad (ojalá no), será inevitable.

©Paloma

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sábado, 26 de abril de 2008

Ashes and Snow (Cenizas y Nieve)

El artista canadiense Gregory Colbert comenzó su carrera en París haciendo documentales acerca de asuntos sociales. La realización de películas le llevó a su trabajo como fotógrafo artístico, y la primera exposición pública de su obra tuvo lugar en el Musée de l’Elysée de Suiza.


Durante los siguientes diez años, no mostró ninguna película ni expuso ninguna de sus obras de arte. En su lugar, viajó a sitios como India, Birmania, Sri Lanka, Egipto, Dominica, Etiopía, Kenia, Tonga, Namibia y la Antártida para rodar y fotografiar las maravillosas interacciones entre los seres humanos y los animales.


En 2002, inauguró la exposición Ashes and Snow en Italia, en el Arsenal de Venecia, un astillero del siglo XV de unos 12.000 metros cuadrados, propiedad de la marina italiana. Fue la mayor exposición monográfica organizada en Italia. EL Nomadic Museum debutó con la inauguración de la exposición Ashes and Snow en Nueva York en el Muelle 54 de Hudson River Park y posteriormente se trasladó a Santa Mónica, California.


Ashes and Snow es una expresión de las posibilidades poéticas de una relación armoniosa entre animales y hombre. Los seres humanos se muestran como si fueran miembros de la familia de los animales no como miembros de la familia de los hombres. Ninguna de las imágenes han sido digitalmente superpuestas.


Más de un millón de personas han visitado la muestra desde el comienzo de su viaje en Venecia. El proyecto ha sido bien acogido tanto por el público general como por la crítica y Gregory Colbert fue galardonado con el 2005 Lucie Award for Curator of the Year (premio Lucie de 2005 al Comisario del año) por la instalación de Ashes and Snow en el Nomadic Museum de Nueva York.


Colbert continúa sus expediciones y el desarrollo de Ashes and Snow.


La exposición Ashes and Snow incluye más de 100 obras de arte fotográficas en gran formato, una película de una hora y dos películas haiku de nueve minutos. Ninguna de las imágenes se ha manipulado de forma digital para aparecer en collage o superpuestas. Registran lo que el artista vio a través del objetivo de su cámara.


Los trabajos fotográficos de soporte mezclado combinan los tonos ámbar y sepia en un proceso encaústico sobre papel japonés hecho a mano. Las obras de arte, de aproximadamente un metro y medio por dos y medio, se montan sin ningún texto explicativo, fomentando una interacción abierta con las imágenes.


“Cuando empecé Ashes and Snow en 1992, quería explorar la relación entre el hombre y los animales de dentro hacia afuera. Al descubrir el lenguaje compartido y las sensibilidades poéticas de todos los animales, busco restablecer el lugar común que alguna vez existió cuando la gente vivía en armonía con los animales”, dice Colbert que en cada exposición va mostrando nuevas aportaciones que recoge de sus recientes travesías.


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-Gerardo Diego-



El sueño

Apoya en mí la cabeza,
si tienes sueño.
Apoya en mí la cabeza,
aquí, en mi pecho.
Descansa, duérmete, sueña,
no tengas miedo;
no tengas miedo del mundo,
que yo te velo.
Levanta hacia mí tus ojos,
tus ojos lentos,
y ciérralos poco a poco
conmigo dentro;
ciérralos, aunque no quieras,
muertos de sueño.
Ya estás dormida.
Ya sube, baja tu pecho,
y el mío al compás del tuyo
mide el silencio,
almohada de tu cabeza,
celeste peso.
Mi pecho de varón duro,
tabla de esfuerzo,
por ti se vuelve de plumas,
cojín de sueños.
Navega en dulce oleaje,
ritmo sereno,
ritmo de olas perezosas
el de tus pechos.
De cuando en cuando una grande,
espuma al viento,
suspiro que se te escapa
volando al cielo,
y otra vez navegas lenta
mares de sueño,
soy yo quien te conduce,
yo que te velo,
para que te abandones
te abrí mi pecho.
¿Qué sueñas?
¿Sueñas?
¿Qué buscan -palabras, besos-
tus labios que se te mueven,
dormido rezo?
Si sueñas que estás conmigo,
no es sólo sueño;
lo que te acuna y te mece
soy yo, es mi pecho.
Despacio, brisas, despacio,
que tiene sueño.
Mundo sonoro que rondas,
hazte silencio,
que está durmiendo mi niña,
que está durmiendo
al compás que de los suyos
copia mi pecho.
Que cuando se me despierte
buscando el cielo,
encuentre arriba mis ojos
limpios y abiertos.

-Gerardo Diego-

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De grullas III

11 marzo 2008
SADAKO SASAKI


En 1945, hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, se lanzó la primera bomba atómica (bomba A), sobre la ciudad de Hiroshima, Japón. La ciudad quedó destruida y murieron miles de personas. Aunque la bomba era cien veces más poderosa que una bomba común, ésta tenía un elemento que no se encontraba en las bombas comúnes: la radiación. Sabemos que la radiación es muy peligrosa y que puede causar enfermedades tales como el cáncer.

Una joven japonesa llamada Sadako vivía a dos kilómetros y medio de Hiroshima cuando explotó la bomba y parecía no estar quemada ni herida. Sin embargo, diez años más tarde, cuando Hiroshima ya había sido reconstruida, Sadako enfermó de leucemia, es decir, cáncer de sangre y debió ser internada en un hospital. Estaba asustada, sabía que podía morirse. Los amigos y parientes la visitaban todos los días para tratar de levantarle el ánimo. Su mejor amiga, Chizuko, le contó el cuento de la grulla, que es un pájaro sagrado de Japón. Se pensaba que una grulla vivía miles de años y que si un enfermo hacía mil grullas de papel se mejoraría.

Sadako decidió hacer mil grullas de papel. Día tras día se la pasaba plegándolas y se dio cuenta que ésta era una buena manera de darse ánimos. A veces se sentía demasiado mala para hacer muchas grullas, pero igual intentaba. Cuando sus amigos y su familia la visitaban en el hospital, trataba de seguir sonriendo y de estar de buen ánimo para que no se preocuparan tanto.

Sadako había hecho seiscientas grullas pero seguía igual. Pacientemente, plegaba y plegaba más grullas, pero lamentablemente al final se murió. Había hecho seiscientas cuarenta y dos grullas de papel.

Las compañeras de clase de Sadako decidieron plegar las grullas que faltaban para completar mil y éstas fueron enterradas con Sadako.

Sadako no fue la única niña que murió de leucemia en Hiroshima. Muchos otros niños habían muerto o estaban muriendo de leucemia (que era conocida también como la "enfermedad de la bomba A".

Los niños formaron una asociación para juntar dinero para levantarle a Sadako un monumento. Esta asociación fue creciendo y miles de niños de todas partes del mundo hicieron donaciones. Después de tres años tenían dinero suficiente para el monumento. Este monumento es conocido como el Monumento a la Paz de los Niños y está en el Parque de la Paz en Hiroshima. Hay un mensaje tallado en la piedra: " Éste es nuestro grito, ésta es nuestra plegaria; paz en el mundo.”

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De grullas II

miércoles, 27 febrero 2008 a las 15:31


Hacía mucho que no la veía, casi dos meses. Llovía ahora, al salir de trabajar, y el aire frío cortaba la piel. Mientras atravesaba el puente me he quedado de piedra. Allí estaba ella, quieta en el centro del río. Las luces de las farolas jugueteando con la corriente saltarina, salpicada por la lluvia, así como mi paragüas en el que sonaba seca... tap... tap... y los patos durmiendo en la orilla.

Ya son varias las veces que la he encontrado en ese mismo lugar en día de lluvia. La noche la hace más hermosa. Sus colores refulgen y se aprecian con nitidez el gris y el negro de su plumaje. Sus largas patas se hundían en el agua hasta la mitad. Parecía crecer por momentos al estirar su cuello y extremidades para caminar parsimoniosa.

He intentado hacerle fotos con el móvil pero ¡imposible! No se veía nada. ¡La tenía delante y no podía hacerle una foto! Lo he intentado varias veces pero no había manera. Se apreciaban los reflejos de las farolas pero de la grulla ni rastro... Caxisssss... Se ha quedado quieta un ratito más, parecía saber que la observaba apoyada en la baranda, y, de pronto, ha pasado del estatismo al movimiento total, ha echado a volar, desplegando toda su envergadura, remontando el río corriente arriba. ¡Me he quedado maravillada de su vuelo rasante sobre el agua! ¡Qué espléndido animal! Y sigo maravillada. Quisiera saber dónde tiene su nido.


Lunes, 18 de Febrero de 2008
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La he visto de nuevo. Mediodía. Sol espléndido. Temperatura primaveral. Parecía esperarme para alzarse en vuelo en cuanto me he asomado a la baranda. Despaciosa, casi a ras del agua, ha pasado bajo los ojos del puente hacia el otro lado y ha emprendido el ascenso, arriba y más y más, dibujando un gran círculo entre las iglesias de San Miguel y San Pedro y volviendo de nuevo sobre la vertical del puente, a escasos metros de mí.

Yo, como siempre, con el móvil en la mano y ¡sin poder fotografiarla! Móvil que, por otro lado, terminará sumergido en el río alguna de las innumerables veces en que estiro el brazo todo lo que puedo por encima de la barandilla para acercarlo a la grulla y es que el zoom de que dispone, pobrecico, deja mucho que desear. Tendré que comprar una cámara por fin, Mirendu, y llevarla siempre encima para no desperdiciar las ocasiones... Y es que...

No es habitual una grulla solitaria, en esta época del año y en esta zona. Algún día tendrá que contarme por qué se quedó aquí...

Viernes, 29 de Febrero de 2008


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Esta grulla me toma el pelo. Sí. Como cada día, al salir del trabajo, paso sobre el puente y miro hacia la derecha. Es donde suele encontrarse ella, ahí, en el centro mismo de la corriente. He mirado y no estaba, ni en el agua ni volando por allí. Hoy el cielo sólo se deja ver en algunos puntos, el resto son nubes, el día está cálido. Los patos, como siempre, con su escandalera y, entre ellos, una parejita que hace días veo jugar junta, pescar junta, un poco separados del resto. Un patito blanco y otro oscurito.

Llego a mi coche y, necesariamente debo pasar de nuevo sobre el río para coger la dirección a mi casa, así que salgo del aparcamiento y me encamino al puente. Según paso sobre él, la veo... Caxisss, justo al otro lado, el que no es habitual. Pienso: ¿vuelvo o no vuelvo?. Tengo que dar la vuelta a la manzana. No me pierdo una posible foto de mi grulla en la que se la distinga. En el Ayuntamiento me detengo y la miro desde la distancia. Seguía allí. Decidido, vuelvo.

La grulla en el centro de la foto, aunque no se la distinga.Aparco en el mismo sitio. Ahí seguía el hueco. Y me bajo sólo con el móvil y la llave del coche en la mano. Me acerco temerosa de que ya no esté, al tiempo que voy preparando la opción "cámara". Está. Se va alejando, pausada, en dirección contraria a la mía. Bajo por una cuesta con escalerillas muy separadas y cómodas hasta la orilla. La grulla sigue caminando despacio, con ese movimiento rítmico, alejándose poco a poco. Se ha terminado la escalerilla y ahora el suelo es tierra y hierba, pero más lo primero y encharcada. Me miro los pies. Bueno, con las camperas no será tan dificil.

Vamos acercándonos las dos, ella por el agua hacia un grupo de patos que charlotean cerca de la orilla y yo por fuera, con cuidado de no dar un traspiés. Parece que se va a mantener un poco en esa situación. Un árbol, desnudo aún, me puede servir de parapeto para acercarme sin asustarla y conseguir una bonita foto o, al menos, una en la que se la reconozca.

Dicho y hecho, me voy aproximando, paso sobre otro árbol, caído, buscando dónde pisar porque está muy resbaladizo y me veo en el agua. Tanto cuidado llevo que no me doy cuenta de que, durante mi aproximación, ¡ella se ha echado a volar y ha desaparecido! Ni rastro de la grulla. Ni en las orillas, ni en los tejados, ni en el otro lado del puente... Me toma el pelo... sí.

Lunes, 3 de Marzo de 2008

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En estos días de atrás ha nevado y llovido bastante. El caudal del río ha crecido. Me preocupa no volver a ver a mi grulla en una temporada, hasta que descienda la corriente a su nivel de siempre. Y también me preocupa, no sé por qué, encontrarla muerta en el agua, por eso me acerco a mirar con un poco de incertidumbre y temor.


Hoy el sol alumbra cálido desde lo alto y el cielo brilla con un azul intenso. La temperatura es primaveral. Y mis ojos recorren despacio cada tejado, los de las casas, los de las iglesias de San Miguel y San Pedro y la Peña de los Castillos... escudriñando cada uno de ellos por si estuviera allí.


Quizás haga demasiado calor y haya decidido marcharse. ¿Dónde podría ir una grulla solitaria como la mía? No, permanecerá aquí, no migrará. Estoy segura.

Martes, 11 de Marzo de 2008

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El caudal del río ha crecido desde ayer. Y aumentará aún mañana si el tiempo sigue como ahora, sin llover ni nevar. La corriente es fuerte y ya ni los patos nadan en ella, sólo en algunos remansos entre la vegetación. Sin embargo, se les ve sobrevolando el río de una ribera a la otra acuatizando ruidosos. Es un gusto verlos.

De la grulla, ni rastro...

Miércoles, 12 de Marzo de 2008


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El río sigue llevando mucho caudal de agua, sin embargo en los pilares del puente ya se aprecia la marca de la altura que alcanzaba ayer, a unos veinte centímetros de la de hoy... Desciende. Aún va muy crecido para que se acerque la grulla. ¡Qué pena! El día es excepcionalmente cálido y soleado, más se diría de primavera que de invierno, y ella seguro que disfrutaría con sus largas patas en el agua y la brisa fresca despeinándole las plumas si el nivel fuera más bajo y la corriente más calma.

Jueves, 13 de Marzo de 2008

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Este río me enamora. El mismo y cambiante cada día. Conserva en gran medida el caudal que el deshielo precipitado y las lluvias de hace un mes consiguieron. Ahora, un poco más bajo solamente, permite adivinar el fondo de piedras que hasta hace unos días, con las aguas revueltas, no era posible ver. La corriente se desliza rauda y calma. Imparable. Imponente. Hablando en murmullos a cada golpe, a cada obstáculo. Subyuga el alma contemplarla. Te arrastra consigo, secuestrando el pensamiento hasta el lejano mar.

He observado a dos patos macho pelear por una hembra. Me ha sorprendido que el más fuerte sujetaba con el pico en el cuello al otro obligándole a bajar la cabeza. No recuerdo haber visto ese comportamiento en las aves. Quizá me perdí ese documental...

De la grulla ni rastro.

Miércoles, 23 de Abril de 2008

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Hoy la he visto de nuevo. Hacía meses que no se acercaba al claro del río, cerquita del puente. No hace mucho compré una cámara para poder fotografiarla y, casualmente hoy la había tenido que prestar e iba sin ella. Ya me había cruzado por la mente el pensamiento de que quizás apareciera hoy.
Después de aparcar iba entrando en el puente distraída hablando por el teléfono móvil y de pronto la veo. ¡Caxis, y yo sin la cámara! ¡Qué mala suerte!

Martes, 19 de Agosto de 2008

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©Paloma

http://elnidodepaloma.blogspot.com/2008/09/disculpen-las-molestias.html

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miércoles, 23 de abril de 2008

La niña y el mago -II-

El mago, que no era mago por casualidad sino por su elevada sabiduría, hacía días que percibía el halo protector de la niña. Sabía que Casilda, la vieja bruja, andaba cerca. Ella era la artificiera de tanto brillo. No se sentía inquieto, la conocía muy bien y sabía que no haría nada que pudiera herir a la niña.


La vida del bosque, a veces, es monótona, lenta, sin más colorido que el que brota de los calderos que bullen en las oscuras estancias de la cueva. Cuando la monotonía se instala mata con su tibieza los dulces trinos de los pájaros, la frescura del rocío y hasta los dedos de las manos quedan entumecidos, insensibles para acariciar la aspereza de las virutas del roble, la suavidad del musgo acuoso que crece a la sombra del espino albar, la esponjosidad de las entrañas cálidas del lagarto verde. Porque, cuando el corazón no consigue expresar, se enfurruña y encoge adormeciéndose hasta quedarse tan, tan quieto, que hasta la más sencilla pócima se convierte en una lata de fustración.



Casilda y él se habían conocido hacía ya muchas décadas, él apenas era un pupilo a medio despertar. Ella supo enseñarle las mágicas artes del conocimiento. Le regaló un libro durante su primer encuentro, que encerraba toda la sabiduría. Pero era un libro muy emblemático, un libro muy, muy viejo, lleno de costrones y manchas, arrugado y amarillento, algo deshojado y hasta maloliente. No le prestó mucha atención, su ignorancia le hizo atrevido en el juicio que estableció cuando lo recibió. Menos mal que no pronunció palabra, porque tiempo despues comprendió su valía.



Ella frecuentó su vida durante el tiempo necesario como para enseñarle los primeros capítulos, luego conservó con él una amistad distante que ambos apreciaban. Entre las letras del libro, que contaba una historia distinta en cada capítulo, se encontraban los misterios más profundos de la vida.



El primero, "encuentros entre las rocas", hacía referencia al primer precepto: la humildad. Decía, para quien supiera leer entre sus letras, la inmensa gracia de los hombres es aire si no va agarrada de la mano de la humildad, esa que nos hace comprender que entre los movimientos estelares caprichosos, lúdicos y siempre coherentes, unas veces nos coloca arriba al tiempo que nos deja abajo. Son estos movimientos en perfecta armonía los que nos hacen vibrar entre las cuerdas de la lucidez mientras las de la locura se estan tensando para nosotros, los mismos movimientos que nos bañan en la acidez para que después podamos saborear la dulzura, ofreciéndonos con este antagonismo el conocimiento. Él nos llevará de modo suave a comprender que la miseria del vecino será dentro de un rato miseria nuestra y que mientras no podamos amarla en ellos no podremos amarla en nosotros. Sólo alcanzaremos a amarla cuando comprendamos ese antagonismo que deja a la miseria y la riqueza en una misma coordenada. Siendo humildes, continúa diciendo el libro, podemos aceptarnos en nuestras debilidades comprendiendo así las de nuestros hermanos. Y la aceptación, que no era prima del enjuiciamiento ni tampoco de la soberbia, pasaba a ser el segundo capítulo. Así poco a poco se iban nombrando los distintos pilares del conocimiento.



El libro, aún siendo muy valioso en sí mismo, estaba muerto si ningún ser conseguía penetrar en su profundidad y mostrar al mundo, por medio de la acción, su riqueza. Porque lo que la bruja Casilda le regaló al mago no fue el libro sino el poder de convertirse en sabio, ganando en humildad, en aceptación. De modo que aprendió a ganar y perder a un tiempo, a subir y bajar a la vez, a brillar y oscurecer con la misma fluidez, a llorar y reir con la misma alegría. Ahora el mago llevaba mucho tiempo enseñando su magia a quien con el corazón limpio quería recibirla.



Hacía varios días que la niña no subía al monte, a veces la sentía merodear por los alrededores, tan ensimismada y ciega que prefería permanecer oculto para no asustarla. Pero él sabía que pronto volvería, después de sus escapadas siempre retornaba, más serena, calmada e incluso brillante que antes de su huida. Ella era así de extraña, tan extraña como él mismo. Tenía ciertas dotes que la hacían merecedora de ser la portadora de la sabiduría, la dueña de la llave mágica. Él que no reconocía propiedades se la iba entregando poco a poco, aligerándola en peso para que su pequeño porte no se viera desequilibrado. Mientras, Casilda, algo celosa, vigilaba sus pasos.



Esta mañana el mago andaba algo despistado, echaba de menos a la niña y su pequeña inquietud le hacía equivocarse constantemente. Primero fue el toc-toc del pájaro carpintero quien le hizo creer que eran sus deditos que lo llamaban. Después el sonido del colibrí le recordó el silbido de ella y salió apresurado a la puerta. Cuando ya algo cansado se disponía a comer unas hierbas aderezadas muy preciadas, la presencia liviana de ella casi logra asustarle. La niña ríe y ríe con las palabras de él, se siente tan hermosa cuando se reconoce entre sus palabras, cuando descubre que la echa en falta, cuando sin decirlo ella comprende que la quiere. El mago con toda su grandeza conserva toda la sencillez y eso a la niña la enamora, la encadena a sus alrededores.



Ha subido para llevarle un presente muy sabroso. El pastel de manzana estaba muy dulce, jugoso y apetecible. Compartirlo con él, observando el brillo de sus ojos entre su glotonería, la divierte.



El mago aún no le ha nombrado el libro mágico, es un secreto, y ella tampoco le ha contado su encuentro con Casilda, también es un secreto. Pero en cada encuentro con parábolas y cuentos él le va contando sus conocimientos, mientras ella, amorosa, calla y comprende los misterios de la vida.






©Finwë Anárion


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Otro beso y mi ternura.

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miércoles, 16 de abril de 2008

La niña y el mago -I-


En la aldea desde muy antiguo se hablaba de modo recogido de las artes mágicas y embaucadoras de algunos seres. La niña que había crecido entre aquellas historias no reconocía como ciertos sus contenidos, la inocencia, siempre atrevida, cuando se arropa del valor produce estos efectos. Aún siendo una niña que levitaba a menudo sobre su cotidianidad seguía incrédula ante los conjuros. El mago del bosque había sabido leer en el fondo de su inocencia esta debilidad y con mucha delicadeza había desviado su fuerza creadora mediante un embrujo de extremada ternura.


Cuando esa mañana la niña se levantó a saludar al sol, su señor, no sabía que el perfume encerrado en aquella cajita de abedul se evaporaba para concentrarse a su alrededor e ir consumiendo su energía vital hasta apagar el brillo de sus mejillas y con su hechizo cautivar la voluntad y el cariño de la muchacha.



Ella procedió a realizar sus tareas como un día más. No se sentía mal, un poco aturdida, algo despistada y sobre todo huraña con las demás personas de la aldea. Sólo deseaba que no la perturbaran, quería permanecer en un mundo de vibraciones cortas y silencios. Allí encontraba una paz de casi somnolencia que no le impedía movilizar sus miembros. Alguien experto en esas artes hubiese comprendido presto los efectos de la pócima perfumada, pero nadie próximo a ella poseía esos dones.



Los días posteriores fueron dejando huellas muy visibles de sus errores, movimientos cada vez más lentos, tareas que en antaño estuvieron automatizadas hoy parecían nuevas. Huevos que se caen de sus manos al recogerlos en el gallinero; leños que no quieren prender aún con la insistencia de la repetición; gachas, que siempre fueron muy sabrosas, hoy estaban sosas; salsas que se cortaban por la falta de brío al batirlas... Noches pobladas de ensueños que daban paso a amaneceres cansinos en los que su señor se alertó al notar la ausencia del saludo alegre.



Un día en que la niña caminaba por el bosque absorta y meditabunda la bruja milenaria salió a su encuentro. Había sido avisada por los conejos saltarines.



-Abredemadre, niña encantada, cómo estas tan apagada. Abredemadre.



La niña pegó un respingo, sobresaltada fijó su vista en la barbilla de la bruja y casi sale corriendo.



-Schtts, espera, cómo es que tienes tanta prisa?



Parpadeó despacio y de nuevo posó su vista sobre la bruja, esta vez en su sonrisa. La reconoció al punto, ella era quien le había enseñado ciertos secretos del bosque. Nunca le prohibió nada sólo la enseñaba sus conocimientos para que supiera protegerse y vivir. Por eso la niña la apreciaba tanto.



-Buenos días, Casilda, respondió la niña, más tranquila. Voy en busca de cortezas de sauce para unos granos que les salieron a los muchachos en las manos.



Caminaron un largo trecho, siempre en silencio, hasta llegar a la laguna saupera donde recolectar los trozos caídos y secos de la corteza. Nunca se debían arrancar directamente le había enseñado un día. Y la bruja se alegró de que lo recordara porque eso demostraba que el hechizo que sufría no le haría demasiado daño. La bruja sonrió para sus adentros, mientras la niña lentamente iba recogiendo los trocitos y depositándolos con delicadeza en un saquito de cuero.



Seguro que había sido el mago del árbol mágico quien había estado haciendo de las suyas. Ella también cayó bajo sus encantos, hace muchos, muchos años, cuando los dos eran lozanos y bellos. Sonrió de nuevo, buscaría entre sus pergaminos un conjuro que si no liberaba a la niña al menos contrarrestara los efectos de aquel mago juguetón y travieso. Con sus años... Volvió a reir.



Pero era imprescindible para que surtiera efecto que la niña permaneciera alejada de él, y eso era muy, muy dificil, pues parte del encantamiento consistía en atraerla hasta su cobijo, donde cada vez renovaba el conjuro, haciéndolo más y más potente. Pensando sobre ello, la bruja Casilda desapareció sin despedirse.



Los días pasaban y la niña en vez de mejorar, empeoraba. Cada día abría su corazoncito, lo tocaba con sus dedos finos y untaba después el dulce aroma por su cuerpecito. Después de este ritual inexorablemente subía hasta el bosque, ya no atendía a nada, con paso rápido se adentraba en la espesura y sólo recuperaba la calma cuando sentía moverse a su alrededor el manto del mago. Entonces la picardía de él despertaba los encantos dormidos de ella y podía pasar un rato, compuesto de muchas horas, en perfecta armonía y vitalidad. Saltaban, reían, jugaban y se entregaban sus más valiosos presentes antes de despedirse.



La bruja los espiaba con su bola encantada y sonreía. Quería liberar a la niña, ya había encontrado la fórmula, pero cuando los contemplaba tan felices y compenetrados se decía. Esperaré a mañana, unas pocas sonrisas a su ,a veces, oscura vida no puede hacerle daño. Y se quedaba sonriente contemplando esos dos seres tan joviales que se cuidaban mutuamente...
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©Finwë Anárion

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Un beso de ternura para ti cada vez que lo leo.


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jueves, 10 de abril de 2008

Las nieblas

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Escucho el ruido de la lluvia. Suena un diluvio. Regreso despacio a la consciencia. No apetece levantarse. Estoy de vacaciones aunque empiezo a ver su final.


Permanecer así, en la oscuridad y al abrigo del edredón -como si de un útero materno se tratara-, me gusta. Secuestro la realidad por ese tiempo para sumergirme en el no-ser. Para ser nada. Lo consigo a ratos. Es un juego que me satisface. Una anestesia. No somos tan importantes. No nos suceden cosas tan relevantes. El mundo es más. El cosmos, más aún. Representamos apenas una gota en un océano que nos mece entre sus olas, nos trae y nos lleva a la deriva, sin que importe mucho el rumbo que nosotros mismos queramos llevar.


No, ese pensamiento me asalta pero en el fondo no creo en él. Todo tiene un plan. Todo tiene una lógica. Es demasiado perfecto para que haya surgido sin más. Simplemente no tengo todos los datos que me ayuden a comprender. Eso es. Tiene que haber un sentido para estar vivos aunque a mí se me haya olvidado.


Y las nieblas me rodean poco a poco. Son, a estas alturas, compañeras habituales de camino. La claridad les fue dejando paso... Y, sólo de vez en cuando, surge de entre ellas un hada diminuta. Con su carita traviesa, se acerca a mis ojos, me mira dentro y consigue que me zafe brevemente de la oscuridad.


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Somos Luz. Regalo de Urriellu .Gracias.

©Paloma

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