Entre la tristeza y la alegría, como entre el amor y el odio, hay sólo una frontera sutil. Bastan una palabra, una mirada, una sonrisa, un silencio, un gesto de aquellos a los que entregamos la llave de nuestro corazón, y que son las personas que nos importan, para que el fluctuante humor que nos transporta de uno a otro lado de ella y viceversa actúe.
Siento deseos de refugiarme en la torre más alta del castillo amurallado y subir el puente levadizo dejando impracticables los accesos, para que nadie me tema, para que no me hagan daño.
Pero, tonta de mí, mi puente siempre queda tendido y las llaves de mis puertas entregadas... para que tú puedas entrar aunque yo no pueda salir.
©Paloma
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