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domingo, 14 de diciembre de 2008

Domingo


Va tomando consciencia aún sin abrir los ojos. Ayer bajó el volumen del radio-despertador. No lo quita del todo, una de sus pequeñas manías que no hacen daño a nadie. Se le antoja, de una vez para otra, que debe ser complicadísimo eso de activar o desactivar la alarma o cambiarle la hora. Los aparatejos no son lo suyo. Y se acostó cruzando los dedos, esperando que N. lo hubiera desconectado también; ya no le daban las fuerzas para acercarse hasta la habitación de al lado a comprobarlo.

Cuántos días ha esperado esta mañana para no tener que salir corriendo de la cama, a rastras, como a una condena y poder degustar entre las sábanas el dulce placer de los aromas que aún las impregnan, de los recuerdos y sonidos conservados todavía entre sus pliegues.

No mira el reloj, no quiere. Fuera del tiempo, sea la hora que sea. No importa, nadie la espera, nadie la abraza. Algo en lo más hondo le recuerda que duele. Una punzada fina que la traspasa entera, clavándola en el sitio, robándole las fuerzas para moverse. Y en los ojos, también en los ojos se clava.




Se deja mecer en esa sensación dolorosa, aletargándose, contemplándose estar desde fuera. Ni un ruido turba el momento. Voces difusas en la lejanía. Campanas. Suenan las campanas que llaman a misa. Primer aviso. Sólo la espina que la atraviesa le recuerda que duele.

En la cama se vuelve niña, o quizá nunca deja de serlo, y el corazón abierto es vulnerable. Lleva algún tiempo aprendiendo a vestirlo con capas, como una cebolla. Una, otra, otra más... que lo envuelven y anestesian un poco. No sabe encerrarlo. Muchas veces piensa que debería hacerlo. Es más, se ha propuesto hasta encadenarlo para siempre. Pero no, eso son sólo sugerencias de su mente, sabe que ni es capaz ni debe. Es mejor vivir el dolor, dejarlo aflorar, quererlo y aceptarlo como parte de ella misma. Al menos, morir viviendo.

Esa aguja corta la respiración. Dulce sopor el del lecho esta mañana de domingo. Si la punzada no estuviera se hubiera levantado aprisa para poder escuchar su voz pero hoy no, hoy se conforma con buscarla en el recuerdo, en momentos cercanos cuando, abrazados, su aliento le rozaba el pelo al hablarle. Cómo decirle que no tema, que no lo quiere para ella. Las campanas. Segundo aviso.

Piensa en su padre ahora. Se mezclan retazos de conversaciones y recuerdos. Lo perdió cuando aprendía a conocerlo. Hay personas a las que sólo es posible comprender cuando uno se va haciendo mayor y a veces se llega tarde. Tarde para los dos, perdidos en el camino de encontrarse.

Intenta incorporarse... No, no puede aún. Se gira en la cama, desmadejada, procurando reunir fuerzas. Cierra despacio las cremalleras de sus capas, una a una. Las comprueba después recorriéndolas amorosa con sus dedos. No las ha subido del todo, sólo lo suficiente para que no se le desparrame el corazón al levantarse. Lo suficiente para no negar el paso a los demás sin quedar demasiado expuesta. Y repasa con el más fino hilo que ha encontrado algún que otro descosido en su piel. No es demasiado hábil, se nota el arreglo.

Es dificil erguirse cuando un aguijón letal te atraviesa entera, el sólo respirar ya duele. Trata de hacerlo despacio, moverse lenta; al fin y al cabo no hay prisa, no va a ninguna parte.

©Paloma


http://es.youtube.com/watch?v=ln8vbTosrPU

0 briznas para mi nido:

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