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martes, 4 de noviembre de 2008

El cuaderno de hojas secas (y IV)

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Los cuentos están hechos para los días grises, nublados, lluviosos. Para las noches frías, bajo la manta o al calor del fuego. Acércate, quédate sentadito a mi vera, niño del corazón triste, apoya tu cabeza en mi regazo, cierra los ojos...


Para Finwë Anárion


Sus ojos eran una súplica y una orden al tiempo. Yo sentí que no era él quien me lo pedía sino el Mundo mismo y hasta me pareció que éste paraba para escuchar mi respuesta.

-Sí, sí, le dije sin abandonar su mirada a la cual me mantenía sujeta, hipnotizada. ¿Qué he de hacer?

El hombrecillo verde me cogió de nuevo en volandas, arrastrándome a lo alto del cerro. Y sin soltarme la mano, levantándola en alto, habló en un lenguaje que yo no comprendía. Un lenguaje sin sonido pero vibrante. Y la vibración de su voz, inaudible para mí pero que conmovía profundamente, fue extendiéndose en ondas, inundando el paisaje, atravesando montañas, árboles, casas.... cabalgando en el aire y llegando al corazón de todas las criaturas y seres que habitaban la región y que fueron respondiendo del mismo modo mientras se acercaban hasta donde nos encontrábamos.

Tenía la sensación de que todo giraba, incluso yo. Me sentí elevada del suelo, siempre agarrada de su mano, y, aún con los ojos cerrados, percibía que el día brillaba más que nunca y que lucía con un esplendor sin igual, que traspasaba de luz toda materia, volviéndola etérea.

Cuando las oleadas fueron perdiendo intensidad abrí los ojos y me vi rodeada de una miríada de criaturas de todos los Reinos de la Creación, representantes de todos y cada uno de los seres vivos (los del Aire y los de la Tierra, los del Agua y los del Fuego; de los más grandes a los más pequeños), que habían respondido a la llamada de Fastolph Overhill, el enano, y que esperaban respetuosos sus indicaciones.

Habló de nuevo su mágico lenguaje y todos a una entonaron un cántico nuevo que manaba transformado en luz y que comenzó a descender ladera abajo desde lo alto del cerro hasta encontrarse con todo aquello que, en la explanada, no cumplía con el equilibrio natural. Las notas de la antigua lengua, pronunciada por tan distintas gargantas, fueron rodeando aquellos vestigios olvidados por el ser humano inconsciente, penetrando y deshaciendo su sustancia, desintegrándola, permitiendo nacer de ellos la Vida.

Cantaban aquellas voces mirando hacia adentro, manteniendo el ritmo y la intensidad constantes hasta que, en un momento dado, Fastolph, con un gesto de su mano, dio la orden de terminar. Poco a poco fuimos saliendo del encantamiento en que participamos, incluída yo sin conocer aquel lenguaje. Volvieron nuestros sentidos a percibir, siendo conscientes de nuevo del lugar en que nos encontrábamos. Y, al abrir los ojos, un esplendoroso paisaje se nos ofreció a la vista. La Vida, con nuestra ayuda, había logrado restaurar el orden perdido.

Las criaturas se mostraron alborozadas y mucho más mi querido enano al cual ya no tenía miedo porque comprendía la labor que realizaba. Cantaron, bailaron y poco a poco fueron retornando transportados en el aire a los lugares de que provenían, todos en orden según el Reino al que pertenecieran.

-Ven, niña. Me habló Fastolph. Y tomándome nuevamente de la mano tiró de mí y me acercó a su altura. Me miró agradecido y cariñoso. Después sacó de su bolsillo aquel cuaderno de hojas secas donde escribía el día que lo conocí y me lo entregó, indicándome que lo abriera. En las hojas había unas palabras escritas con tinta mágica de hadas. Nindë Númenessë. Le miré sin comprender.

-Aquel día que me encontraste, sentado bajo la higuera escribiendo en este cuaderno, creyendo que no te veía, yo te esperaba. Y claro que vi la cestita de higos a mi lado, me guiña un ojo. Llevaba tiempo llamándote en el lenguaje mágico. Yo te atraje hasta aquí. Y en prueba de ello anoté tu nombre élfico, Nindë, porque sólo tu corazón limpio me faltaba para lograr recomponer el equilibrio de este lugar.

Sus ojos me miraban dulces. Me pareció conocerle de siempre y su imagen comenzó a tomar forma en mis recuerdos más antiguos. El siempre había estado conmigo. Fui yo la que por un tiempo le olvidó y, cuando regresé, no lo recordaba como era. Mi enano, que creí de piedra, Fastolph Overhill of Rushy, era mi protector y el que salvaguardaba el Antiguo Conocimiento en mí.

-Hoy es el día en que que las Hadas de las Estaciones, Amarië Ancalímon, se darán por satisfechas de mi labor. El Hada Otoño, Aredhel Fëfalas, que te conoce, llegará pronto. Mira, aquí viene.

Se acerca volando un ave de gran envergadura, batiendo las alas con amplitud. Su color gris plata. Negras las plumas remeras y el copete de la cabeza. Largas patas de zancuda y un cuello esbelto e interminable. Se posa a nuestro lado moviendo el aire y nuestros vestidos. Redondos sus ojos y el pico largo y amarillo. Habla con una voz delicada que no se sabe muy bien de dónde proviene:

-Fastolph Overhill, amigo mío, trajiste a Nindë, en una exclamación mezcla de satisfacción y alivio.

Yo, con los ojos bajos, no me atrevo a mirar, me impresiona ver tan de cerca a la garza que busco encontrar cada día y descubrir que no me teme y que habla de nuevo con voz cristalina:

-Soy yo, Nindë, dice en respuesta a mi temor. Soy yo quien te hace buscarme para que la magia viva en ti, para que no pierdas el verdadero conocimiento de lo que somos y a dónde pertenecemos.

Las voces se van haciendo más y más lejanas, se van perdiendo en el subconsciente y yo despierto bajo el sol, tumbada sobre un mullido colchón de hojas secas. Rememoro lo que acabo de vivir sin acabar de comprender. Un poco desilusionada, pienso:

¿Entonces sólo era un sueño?

No, no, no... No puede ser.

Y me levanto en busca de mi querido Fastolph, que seguro está como siempre a la entrada de casa. Él me cuida.



-FIN-

©Paloma

N. de la A. Esta historia nació a raiz de haber desaparecido un enanito de piedra que guardaba el camino de la casa en El Turrutal, un terreno en el monte. Por eso espero sepáis disculpar que finalmente uno de los personajes del mismo sea yo.

Me hubiera gustado que alguien me contara un cuento así sobre mí.

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2 briznas para mi nido:

Juan dijo...

Soy el enanito y quiero mi parte del pastel, ah y un polvorón que va volando.

Paloma dijo...

Eres un enanito desvelado, por lo que veo... jajaja

Hay un pastel? Un isleño? Pues no te preocupes, que de ese pastel te reservo un trozo bien grande, todo, todito, para ti, enanitogolosete :P

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