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miércoles, 26 de diciembre de 2007

La causa



Me pregunto a menudo la causa de la infelicidad, de la tristeza de todos aquellos, nosotros, que no carecemos de lo esencial, que llevamos una vida más o menos cómoda.

Si tuviéramos que emplear nuestras energías en buscar alimento, proteger a nuestras crías contra las fieras, hacer fuego cada día para calentarnos o fabricar nuestras propias ropas de abrigo, es decir, en sobrevivir, no nos quedaría tiempo para sentir tristeza.

La falta de contacto con la naturaleza, con nuestras raíces, puede ser la causa de fondo. Si pisáramos sobre la hierba con los pies descalzos, si rozáramos la corteza de los árboles con nuestras manos, si nos abrazáramos a ellos, si sesteáramos en un claro del bosque entre los rayos de sol que reverberan y la sombra fresca, escuchando el canto de los pájaros, el murmullo del viento entre las hojas, si nos bañáramos en fuentes vivas y cristalinas, de agua cantarina que corre entre las piedras, si supiéramos -en fin- sentir a la tierra, su latido, si sincronizáramos el nuestro con el suyo... quizás tanta tristeza se disiparía.

Buscamos pertenecer a algo, a alguien, echar raíces y que las echen en nosotros. Somos criaturas perdidas, indefensas en un mundo civilizado-deshumanizado, de soledad, de aislamiento, de gris.


©Paloma

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