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domingo, 31 de agosto de 2008

El río, un mundo

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miércoles, 20 de agosto de 2008

Hilos sueltos

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Un día he de coger todos los hilos que van quedando sueltos y los voy a ir ovillando a tu alrededor.

Comenzaré por tu cabeza, en torno a tu frente, una vuelta y otra y otra, lentamente. Cada vuelta rozando la anterior, ordenada, sin superponerse. Cada vuelta un pensamiento puro, luz, descanso de la mente, paz.

Y llegaré a tus ojos, rodeándolos, cuidadosa, cubriéndolos con los hilos que cierran tus párpados y te sumergen en la no-luz acogedora que te mece. Oscurecer luminoso y espiral que se cierne sobre ti y te protege del engaño de la visión para que percibas sólo mis manos y los hilos a tu alrededor.

Progresaré hacia tu nariz, a tus orejas, adaptándose el ovillo a tu perfil. Silenciando. Interiorizando los aromas y los sonidos, esencia del recuerdo que fluye por todo tu dentro y te recorre en oleadas. Filtrándolos, trayéndote aquello que, sin embargo, está cerca.

Y sellarán los hilos tus labios y tu boca en beso leve que te roza y acaricia, y acalla los lamentos. Que ahoga el gemido profundo de tu garganta desgarrada por mil llantos de mil noches de querer huir. Hilos amorosos y metódicos. Vueltas acompasadas, una, otra, en rítmica cadencia.

Y circundan los hilos tus hombros y a poquitos te abrazan y acogen, sosteniéndote pues ahora ya no tienes que luchar. Avanzan delicados y llegan a tu pecho, lo aplacan, protegiendo anillo a anillo el latido de tu corazón sumido en la ficción del devenir diario y que pide auxilio, ahogado, exhausto.

Son hebras de seda que te guardan. Laboriosas. Tejiendo incansables el destino que llevan impreso, marcado en siglos que las han antecedido. Formando crisálida, componiendo el envoltorio sutil donde permanecerás un tiempo para renacer mejor y nuevo. Tú y distinto. Pleno, sin temor.

Con hilos sueltos de vida, plata de estrellas, enmadejo el tejido que te envuelve, camisa del Hombre Feliz, coraza invisible, fresca y liviana armadura con que enfrentar cada nuevo día.

©Paloma

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martes, 12 de agosto de 2008

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Y hoy... ¡Qué tristeza!












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lunes, 11 de agosto de 2008

Inesperado

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Suena el Cascanueces a lo lejos, inesperado. Agudizo el oído, tardo unos instantes en darme cuenta de qué se trata. Corro hacia el dormitorio presurosa temiendo que desista por la tardanza. Me alegra la sorpresa, su voz al otro lado, el paréntesis que me regala.

Me tumbo en la cama para dedicar mis cinco sentidos a escuchar, mirando a lo alto o cerrando los ojos, la sonrisa de par en par.

Qué pequeñas son las cosas que nos vuelven el día feliz.

Gracias.


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©Paloma

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domingo, 10 de agosto de 2008

El abrazo de tus letras

No siempre tenemos alegrías para contar. Además, no sé por qué, pero no se cuentan tanto. Son la soledad, la tristeza, el desasosiego, la confusión, los que nos impelen a ponerlos por escrito, a modo de catarsis. Catarsis de lo cotidiano o de lo trascendente, según la ocasión.

Me gustaría escribir como los ángeles todo tipo de relatos o reflexiones que no tengan que ver conmigo o que me lleven solapada en lo profundo sin que se me distinga a la legua. Pero casi nunca sé. Tengo una musa bastante vaga o dispersa. No, no, no tengo musa, la verdad, no, y sólo a veces soy capaz de encontrar, volando despistada, algún hada pequeñita y aprovechar el rastro de polvo mágico que va dejando a su paso.

Escribo y lo hago de mí. Y lo hago para mí y para el que me lee. No soy escritora. No soy poeta. Intento hacerme comprender. No pretendo provocar compasión o solidaridad. No busco ánimos. Quizá no sepa todas las respuestas, pero sí la mayoría o eso me parece. No espero soluciones ni palmadas en la espalda.

Quiero transmitir, tocar, rozar, conmover. Calar en alguna de tus fibras. Y, si así es, que me lo digas. Quiero el abrazo de tus letras.

Por eso a menudo me refugio aquí, en mi rincón secreto, donde no temo recibir consejos ni frases tópicas o recetas para una vida mejor, donde apenas nadie me lee, donde puedo hablar conmigo misma y contigo casi en el silencio.

©Paloma

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viernes, 8 de agosto de 2008

Mi monstruo de cada día

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Camino de nuevo hacia mi infierno. Mi. Intransferible. Me espera, posesivo, para engullirme de los pies a la cabeza o de la cabeza a los pies. Yo no quiero. No quiero ir. Deseo gritar pero no puedo. Ni permitírmelo siquiera. Se me ahoga el grito atropelladamente.

Aún no he entrado y ya quiero salir. Gruñe complacido, anticipando, imaginando, saboreando ya en su mente tortuosa el placer de lo que presiente, insalivando, refrenando su ansia. Y mis pies me conducen, autómatas, mientras mi cabeza intenta con todas sus fuerzas retener los
pasos, que no avancen... Loca, no te queda otro remedio, has de venir. Percibo la fuerza de esa mente maligna, poderosa, oscura. Tira de mí. Se me agarra.


Introduzco la llave. Se revuelve inquieto el monstruo que me espera. Más fuerte, increíblemente más fuerte que yo. Chirría la cerradura, una sacudida de alegría hace vibrar al que está dentro, nervioso, le cuesta dominarse, a punto de estallar de excitación. Su respiración hedionda e impaciente me golpea al abrir la puerta y penetra por mi nariz, inundándome el cerebro de rechazo y repugnancia. Mi corazón se hiela y, sin embargo, debo entrar.

Entreabro la puerta. Por Dios, he de hacerlo. Ahí está. Me mira a los ojos desde lo oscuro, despiadado y salvaje, relamiéndose en la certeza de que no puedo escapar. De cabeza en el horror. Y se avalanza sobre mí comenzando el festín, devorando glotón, desgarrando la carne, triturando los huesos, tragando insaciable, impasible ante mi esfuerzo por zafarme, decidido a engullirme entera entre sus fauces sanguinolentas y descarnadas, deglutiendo, obligándome a avanzar, a adentrarme a pedazos entre sus vísceras calientes y negras en las que el aire falta. No respiro. Me asfixio. Cierro los ojos. Quiero salir. Desespero. Lloro. Quiero salir.

Me fuerza a recorrer todos los rincones. Inframundo. Empujándome, hundiéndome entre restos informes y nauseabundos, entre esqueletos destrozados de los que llegaron antes. Una vuelta de tuerca más hasta que grito de angustia suplicando el fin sin que nada audible brote de mi garganta. Y, a punto de sucumbir, ya sin cordura, al fin, cede. Afloja. Me devuelve al mundo exterior. Sabe que regresaré, que lo hago cada día y que me tendrá una y mil veces más aún, que me llevará a través de sí, deleitándose con mi sufrimiento.

Es mi monstruo de cada día y yo pido un milagro que me lleve lejos de aquí.

©Paloma

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Hay días II


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En que uno se vuelve niño y no quiere palabras ni razones.
Sólo un regazo, unos brazos amorosos y el silencio de los dedos y los besos que calman.

No quiero que me digas. Quiero que estés.
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©Paloma

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No hay remedio




Perdida,
busca unos brazos en que refugiarse
una voz acogedora que se enrede entre su pelo
un cuento que trace caminos
un verso, un poema, una palabra, una caricia
un abrazo, un beso, una mirada, una sonrisa

No encuentra. No hay eco. Está sola.
Congoja de corte afilado la va rebanando en porciones, matemática, durante la noche.

Y el día, por fin, el día.

Con un gesto se despiertan las piezas del puzzle, ser humano.
Se encajan, se engarzan, se sueldan sin apenas costuras apreciables a la vista.
Ya no hay remedio. Vamos.

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©Paloma

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Dáme

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Dáme una noche eterna, infinita, cálida y acogedora.

en la que hacer naufragar mi desasosiego.


©Paloma

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viernes, 1 de agosto de 2008

Implacable


Caxisss... tenía que guardarme la lengua y dejar de contar las cosas que me pasan porque al final me quedo en evidencia. ¿Sucederá a todo el mundo como a mí? ¿¿Implacable?? Ahora me imagino las sonrisas de los que hayan podido leer lo escrito anteriormente. Voy a esconderme la cabeza debajo del ala... Ejem... Implacable... Anda, que...


©Paloma

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