Pesa el rocío cada mañana sobre tulipanes, jacintos y violetas, pero el sol los descarga de su brillante peso. Pesa más, cada mañana, mi corazón en el pecho, pero tu mirada lo alivia de su tristeza.
Omar Ibn Ibrahim El Khayyán, poeta, matemático y astrónomo (1040-1125)
Mi conejito negro
Se muere de tristeza mi conejito. Hondo, en la madriguera yace aterido.
Sabe que tú lo miras, que yo lo miro pero echa tanto de menos aquellos mimos.
Si el bosque calla en la noche y al alba calla, si nadie cuenta esos cuentos que abrigan almas
si van pasando las horas y los días pasan y al conejillo negro nadie le abraza
morirá de tristeza muy despacito y tiritando, el pobre, yerto y vacío.
Una casa que mira hacia afuera. Su ventana intentando atrapar la mayor cantidad de luz posible.
Atmósfera cálida, mientras tras los cristales la humedad, la lluvia, el frío se mezclan en gris con el mar.
La mirada se pierde en el ir y venir del oleaje, en la danza hipnotizadora de la superficie del agua. Bucea en lo profundo, se tiñe de sal y de arena. Se deja llevar mecida, arrullada, fuera del tiempo y del espacio, vestida de infinito y eternidad.
Quiero una luna grande, así de grande en mi ventana. Quiero una luna faro, una luna guía, una luna hermana. Quiero la luz de luna, la magia de luna entre los árboles del bosque. Quiero la quietud de la casa, la oscura quietud acogedora.
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