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Escucho el ruido de la lluvia. Suena un diluvio. Regreso despacio a la consciencia. No apetece levantarse. Estoy de vacaciones aunque empiezo a ver su final.
Permanecer así, en la oscuridad y al abrigo del edredón -como si de un útero materno se tratara-, me gusta. Secuestro la realidad por ese tiempo para sumergirme en el no-ser. Para ser nada. Lo consigo a ratos. Es un juego que me satisface. Una anestesia. No somos tan importantes. No nos suceden cosas tan relevantes. El mundo es más. El cosmos, más aún. Representamos apenas una gota en un océano que nos mece entre sus olas, nos trae y nos lleva a la deriva, sin que importe mucho el rumbo que nosotros mismos queramos llevar.
No, ese pensamiento me asalta pero en el fondo no creo en él. Todo tiene un plan. Todo tiene una lógica. Es demasiado perfecto para que haya surgido sin más. Simplemente no tengo todos los datos que me ayuden a comprender. Eso es. Tiene que haber un sentido para estar vivos aunque a mí se me haya olvidado.
Y las nieblas me rodean poco a poco. Son, a estas alturas, compañeras habituales de camino. La claridad les fue dejando paso... Y, sólo de vez en cuando, surge de entre ellas un hada diminuta. Con su carita traviesa, se acerca a mis ojos, me mira dentro y consigue que me zafe brevemente de la oscuridad.
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Somos Luz. Regalo de Urriellu .Gracias.
©Paloma
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